Lleva esa actitud descarada, desvergonzada con mirada ingenua pero a la vez retadora, sus brazos abiertos sin vergüenza me sugieren o me invitan a fijar la vista en ese peludo pubis, en lo torneado de sus piernas, en el claro de su figura, lo demás está oscuro; Es imaginarme a la fulana, entrar en una iglesia completamente envainada en su peludo saco y abrirlo en medio de la misa frente a las doñas y seduciendo al cura, es pensarla sobre la mesa de un fino restaurante haciendo ridículos bailes sobre algún viejo adinerado; ella tan moza, tan maquillada, tan arreglada, vestida solo de zapatos, cartera y reloj, ¿es que acaso se cree muy elegante?. Parece que si, que le encanta estar desvestida bajo el saco, ella que es fantasía de muchos y deseo de otros tantos, ella que sin pena se muestra toda, sin dejar absolutamente nada a la imaginación.
Ahora pienso, y la veo inmersa en una miseria de alma que se esconde dentro de tanta desfachatez, una tristeza de corazón que la despluma, un despecho de amor que la lleva a actuar como ella no desea actuar, que le hace ser quien no es, mintiéndose a cada instante, diciéndose a si misma que está bien como luce, sabiéndose falsa, sabiéndose una gran mentira pero asumiendo su escogido rol, sinceramente desea no toparse con nadie, pero sabe que el encuentro es inevitable.
Y allá va sigue su camino sin sospechar que desde aquí, desde esta mirada ajena se le he enjuiciado severamente… digamos que porque no: con cierta envidia.
Y ella sintió con escalofríos en el cuerpo, la mirada seductora de otra mujer.
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