Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

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18.11.06

Mis personajes

Ella I

Se escucha el sonido del agua caer, tras la ventana empañada se devela un delgado dedo dibujando un pequeño corazón, casi al instante la misma palma con yemas arrugadas desaparece el anterior dibujo, un gesto rápido lleno de desesperación que culmina en un vano arañazo rechinando en el vidrio.

La bata azul cobija un blanco y delgado cuerpo, esbelto, de escasa curvas pero bastante proporcionado, piernas largas muy bien depiladas, sobre la cabeza un turbante de paño color azul intenso que hace juego con unos profundos ojos de mirada perdida. Camina descalza por el salón, pausadamente abre el refrigerador y saca un pequeño plato con frescas fresas de un rojo intenso, las lleva consigo al ventanal, desde donde observa que afuera, también llueve, una a una son delicadamente devoradas por esos labios carnosos con perfectos y blancos dientes, como si al comerlas se saciara un hambre intensa pero educada. Abre la puerta del balcón y sus manos se apoyan fuertemente sobre la baranda, apretándola con tanta fuerza que pareciera se escucha el crujir del metal entre sus dedos, el turbante empieza a aflojarse y con un suave movimiento en el cuello ella apresura su caída, una roja y rizada cabellera se descubre, luego casi por instinto, libera delicadamente el nudo que sujeta su bata y se queda completamente desnuda, recibiendo el rocío de una llovizna que está tanto dentro como fuera de su templo.

El ring del teléfono ha interrumpido tan mágica relajación, extrañada por el sonido se apresura en atender, su cabello, ahora gotea lluvia sobre los muebles de cuero blanco del salón. Aló?. Lo estamos llamando del servicio de conexión telefónica, para informarle que usted posee una factura vencida desde hace seis días, por el monto… cuelga inmediatamente y atraviesa el salón de nuevo a la habitación, donde se lanza sobre la amplia cama de suaves y almidonadas sabanas color vino, reposa unos instantes disfrutando de la inmensidad del blanco techo, ladea su rostro para observar el reloj digital de aluminio que acompaña a la lámpara y el libro en la mesa de noche, seis treinta de la tarde.

Comienza su calmada rutina de acicalamiento, se incorpora en la cama para buscar en la otra mesita la pintura rojo quemado que utilizará sobre las uñas de sus blancos y pequeños pies. Luego de mimar cada parte de su cuerpo con crema hidratante, se coloca frente al vestier, pasa y saca uno a uno los vestidos cóctel: estampado, floreado, cuadros, rayas, rojo, rosa, azul intenso, azul claro, verde botella, gris, blanco y finalmente toma el negro, ese con el escote bien pronunciado de tela translucida y vaporosa. Ahora frente al espejo lo deja deslizar sobre su cuerpo desnudo, las manos con uñas rojas, acarician y dirigen el traje hasta su correcta ubicación, una breve sacudida en los rizos rojos los colocan en el lugar adecuado, usa muy poco maquillaje, solamente delinea con un rosa apagado sus labios y coloca un brillo empalagoso que mas bien parece miel, rimel sobre sus pestañas, perfuma cuidadosamente todos los pliegues de su cuerpo, calza las sandalias y ajusta las tiras tras sus tobillos, escoge un pequeño bolso en el que introduce algo de dinero y las llaves.

Él II

Las burbujas suben con una lenta pero constante precisión, la planta marrón se mueve lentamente, un pez naranja de cara deforme atraviesa con su zigzagueante movimiento, el cristal refleja un rostro cansado cargado con el paso de varias noches en vela, las bolsas arrugadas de sus ojos poseen ese color púrpura intenso de los desvalidos, el rostro con una barba mal trecha de muchos días, cuando de pronto y de un fuerte cabezazo, el hogar de los peces se ha destruido, el pequeño pez naranja chapotea por su vida entre un río de lavada roja sangre y cristales fracturados.

A punto de ser subido a la ambulancia y amarrado a la camilla, está aturdido por el exceso de calmantes y la fuerte contusión, sin embargo observa en medio de la duermevela, tres conocidos rostros que preocupados, sostienen sus quijadas con las manos entrecruzadas, se cierra la puerta y se apaga la luz interna, dejándolo en un profundo y necesitado sueño reparador.

Ella III

Seductoramente sentada en la barra, con las piernas cruzadas que premeditadamente asoman un muslo pecoso, saca un cigarrillo, casi al instante el mesonero que se pasea a su lado le acerca el fuego, da una larga y fuerte bocanada que se consume rápidamente, el barman le sirve su trago. El hombre mayor de traje y corbata de su izquierda, campanea un güisqui, se asombra de la mujer, quien no ha pronunciado palabra alguna, y de la pronta atención de los mesoneros hacia ella, con un gesto torpe la saluda con intenciones de empezar una conversación, a lo que ella responde sorbiendo sonoramente del vaso aún en la barra con una evidente indiferencia.

Solicita al barman susurrándole al oído, para lo que se inclina sobre la barra develando con desparpajo unos glúteos bien formados forrados por su ligero vestido, que cambien el la música que hasta ahora escuchan, inmediatamente se acerca a ella un maestre, quien ante su petición acierta cuidadosamente con un movimiento de cabeza. Cambia la pista y un set de música brasilera ameniza la velada.

El IV

Sus manos tatuadas, las uñas oscuramente pitadas de un azul eléctrico intenso, los brazos delgados y de mediana musculatura trabajando sobre la desgastada máquina Singer de coser hacen remembranza en mi memoria de la imagen del asesino del Silencio de los Inocentes, su suave voz narrando la actualidad con una notoria sensibilidad propia del artista, convierte la grotesca escena de su taller que tiene su trabajo grafico de fondo a medio desmontar, en una fantasía de exquisita riqueza visual. Hay que ser sensible para descubrir la bondad y sinceridad que se alberga en él.

Martine

Cada mañana se para en el pide cola de la zona donde vive, con el cabello aún escurriendo algunas espesas gotas de acondicionador sin enguaje, se dirige a su lugar de trabajo, el tiempo parece menos del necesario, pero logra montarse en un carro que le proporciona un apropiado aventón hasta El Rosal.

Discute amenamente con el conductor, mientras escuchan las noticias del día, siempre es mejor opción oírlas en la radio que leer la prensa diaria, además esto le da la oportunidad de llegar informada, con aires de oficiosa madrugadora, interesada en el acontecer nacional e internacional.

Su trato es cordial y servicial con sus compañeros de labores, no es que le encante ser la asistente de un diseñador grafico con menos experiencia que ella, pero al aceptar el empleo sentía que era una buena oportunidad, en una agencia que empezaba a crecer.

El trabajar allí, le da la ocasión de vestir libremente, sin restricciones de estilo, lo que aprovecha para lucir su singular guardarropa día a día, sintiéndose como la sensación del lugar.

Un día puede aparecer con oscuras medias pantys a rayas, verdes y negras, sobre las que lleva una diminuta falda de paño, en su torso, un cuello de tortuga negro bajo la camiseta verde perico, con una frase grosera en ingles, bufanda que hace juego con las medias y un grandísimo sobretodo oscuro. Todo esto para resaltar el look londinense que el aire acondicionado de la oficina le obliga a llevar. Además, por ser bastante friolenta, en su puesto siempre hay algún sombrero que pueda proteger después de seco, el liso cabello negro y rosa, bastante chamusqueado por los interminables tintes.

Su rostro tiene un aspecto lavado, digamos que natural, sin embargo invirtió un largo lapso de tiempo de la mañana para dejarlo así, detrás de la naturalidad hay decenas de capas de base, polvo, colorete, sombras, delineadores, rimel, brillos de labios, etc, que complementan el adorno de los piercing que le atraviesan la nariz y la ceja derecha.

Siempre detesto sus grandes orejas, pero desde hace un tiempo a esta parte, tomo la decisión de perforar un huequito dedicándolo a cada uno de los hombres que han pasado entre sus piernas, pareciera que en algún momento no le cabrán más zarcillos, en los ya bastantes adornados lóbulos.

Para almorzar le es complicado encontrar donde hacerlo, un poco cansada de la sazón de aquella señora a quien le encarga su vegetariano almuerzo, sale en búsqueda de algún restaurancito natural, donde consiga a buen precio, su particular y estricta dieta, ella no come cadáveres. Solo grama como le dicen sus compañeros.

Realmente no ha creado amistades con ellos, ella piensa que tienen pocas cosas en común. Los que considera sus amigos se remiten solo, a los excompañeros de las clases de arte o algún vecino de su calle. Sin embargo es una chica bastante popular, cuando sale a algún evento pasa horas saludando y conversando con los asistentes, que se le acercan, hablan de banalidades de moda, cuentos o chismes, nada profundo que realmente le interese.

Siempre va a fiestar en la semana, le gustan las discotecas donde la música electrónica mueve su cuerpo hasta el amanecer, ayudado claro, de algún aditivo especial, nada sano. Procura asistir a algún acogedor predespacho antes de la fiesta, donde pueda animarse sin muchas complicaciones, de preferencia, asiste a ese bar donde saben prepararle lo que le gusta: el rusonegro o el ron tonic, ambos por supuesto con cereza. Se sienta en la mesa desde donde se ve la puerta, enciende un cigarrillo, cruza sus largas piernas y con la mirada oculta tras las grandes gafas oscuras, espera sola el arribo del mesonero, quien después de escasos minutos llega con las bebidas, toma una de ellas y ordena una creppe de jojoto, para proteger el delicado estomago de los posibles embates en una larga noche de excesos. En el baño del bar, toma su tiempo para cambiar la naturalidad de su rostro, a un darktesco negro azulado, que procura hacerle énfasis a sus amielados ojos.

A las fiestas nunca va sola, siempre habrá quien le sirva de guardaespaldas y la proteja hasta de si misma, algún admirador que no sabe aún de sus preferencias sexuales o un buen amigo siempre cómplice y dispuesto a acompañarla.

Contamina su cuerpo hasta que en cierto momento la prudencia se asoma levemente y la hace desparecer del lugar. Ella camina por las oscuras calles de Caracas, ya que prefiere andar sobre sus gigantes plataformas de goma, que intentar montarse en transporte público, a veces, solo a veces le preocupa andar sola al amanecer por esta ciudad, en el regreso a su casa.

La Mirada

Lleva esa actitud descarada, desvergonzada con mirada ingenua pero a la vez retadora, sus brazos abiertos sin vergüenza me sugieren o me invitan a fijar la vista en ese peludo pubis, en lo torneado de sus piernas, en el claro de su figura, lo demás está oscuro; Es imaginarme a la fulana, entrar en una iglesia completamente envainada en su peludo saco y abrirlo en medio de la misa frente a las doñas y seduciendo al cura, es pensarla sobre la mesa de un fino restaurante haciendo ridículos bailes sobre algún viejo adinerado; ella tan moza, tan maquillada, tan arreglada, vestida solo de zapatos, cartera y reloj, ¿es que acaso se cree muy elegante?. Parece que si, que le encanta estar desvestida bajo el saco, ella que es fantasía de muchos y deseo de otros tantos, ella que sin pena se muestra toda, sin dejar absolutamente nada a la imaginación.

Ahora pienso, y la veo inmersa en una miseria de alma que se esconde dentro de tanta desfachatez, una tristeza de corazón que la despluma, un despecho de amor que la lleva a actuar como ella no desea actuar, que le hace ser quien no es, mintiéndose a cada instante, diciéndose a si misma que está bien como luce, sabiéndose falsa, sabiéndose una gran mentira pero asumiendo su escogido rol, sinceramente desea no toparse con nadie, pero sabe que el encuentro es inevitable.

Y allá va sigue su camino sin sospechar que desde aquí, desde esta mirada ajena se le he enjuiciado severamente… digamos que porque no: con cierta envidia.

Y ella sintió con escalofríos en el cuerpo, la mirada seductora de otra mujer.

La Amante

El sonido de la puerta principal, nos sorprendió. Jamás imaginamos que llegaría días antes de lo previsto de su viaje por Paris, al escuchar los pasos subiendo por la escalera buscamos prontamente donde esconderme pero fue inútil, ya sabía que Yo estaba allí. Bruscamente abrió la puerta para capturarnos in flagranti sobre su lecho matrimonial. Arrebatada de rabia e ira lo golpeo fuertemente mientras profanaba grotescos insultos, en ese momento justo cuando me disponía a huir coincidimos la vista, su mirada acusadora, sus ojos enrojecidos me asustaron profundamente, no encontraba donde guardar mi cobardía. Logré escapar de la embarazosa situación cuando él la llamaba por su nombre pretendiendo explicar lo inexplicable, se distrajo de mí para continuar con su arrebato de furia contra él. Baje corriendo las escaleras y en el vestíbulo me encontré con mi cartera, sobre sus maletas ese peludo y caro abrigo que traía de su viaje, lo coloque sobre mis hombros y salí de la casa.

Ahora me encuentro sola, caminando por la calle cubierta con este lindo abrigo de visón que viste suavemente mi desnudez, reflexionando la situación agradezco que para él sea un gran fetiche poseerme con mis zapatos, no he perdido nada: tengo mi cartera, mi rolex y su abrigo. Caminaré por mi calle -donde él me recogió-, esta vez abriré mi nuevo abrigo con la esperanza de encontrar otro buen cliente con quien terminar y redondear la jornada de hoy, a ese viejo rico con el susto, no le dio tiempo de pagar.

Se solicita fantasía


La brocha llena de una espesa pintura roja, cae sobre el suelo. Las gotas que salpican logran manchar los muebles cercanos en los que se observan otras tantas capas de color. Se escucha el sonido del teléfono, lo observa repicar pero no le atiende. Ante sus ojos percibe como se le transforma en langosta de largas tenazas, que amenaza con penetrar profundamente en su oído. La sangre salpicada por todo el taller se mezcla con el óleo. Se ríe a carcajadas frente al lienzo, mientras expone sus muñecas y aprieta los antebrazos para obtener más pigmento.

Llegada la hora y los relojes que anuncian casi las seis, están derritiéndose y doblándose. Han venido por ella. La puerta de la habitación se abre y entra una suave brisa caliente de verano, con olor a lluvia y a grama mojada. Tras la ventana se observa un árido desierto naranja con un cielo muy azul, salpicado de sangre.


A las puertas del centro comercial y puntualmente a las ocho de la noche, él la espera en el carro a que salga de la peluquería donde trabaja como manicurista. Deben pasar buscando a los niños en casa de su suegra él se lleva una contabilidad pendiente, para trabajar un rato al llegar a casa. La rutina diaria es completamente abrumadora: levantarse a las cinco y media, alistar las cuatro loncheras; llegar al colegio antes de las siete, porque si no hay que ver que se hace con los chamos; trabajar toda la mañana, él sacando cuentas ajenas y ella decorando uñas acrílicas; almorzar recalentado del microondas después de media hora de espera por el aparato; seguir trabajando toda la tarde en la misma cosa, mientras se controla telefónicamente que todo esté en orden; encontrarse en la noche, hacer la cena, revisar las tareas; obligar a los chamos a acostarse; leer un rato y a dormir.


La mañana parece tranquila. Ha llegado una nueva joven. Pobre, posee esa mirada perdida de los desamparados. Parece que no tiene idea de a donde la han traído, ni siquiera levanta la mirada de las piedritas de colores del suelo. Algunos de mis compañeros la ayudan a subir las escaleras de la entrada, el chofer les hace entrega de un pequeño maletín de madera y del coche bajan un gran paquete envuelto en papel marrón de embalaje.

Aún no sé porque la trajeron aquí pero tampoco debería importarme, la mejor manera de no involucrarse: es ignorar lo más posible cualquier cosa acerca de ellos. Total, vienen y van de acuerdo a un extraño patrón que a veces los hace volver y otras jamás lo hacen. Es difícil determinar cuando tiempo estarán aquí, el porqué, casi siempre es el mismo.

Los días transcurren sin ningún cambio. Levantarlos, ayudarlos a asearse, obligarlos a comer, hacer que paren de comer, asearlos nuevamente, llevarlos de la mano a dar una vuelta por el jardín, otra vez a comer, medicarlos y dormirlos.

Solo ella parece no saber que está aquí. Con sus intensos ojos azules de mirada perdida, con esa bata decorada de óleo y carbón, que insiste en no quitarse y que parece deja entreabierta para que se vean sus suaves y redondos senos. A cada rato mueve su lacia y rubia cabellera de lado a lado con las manos, y se escudriña las uñas con frenesí.

Le han asignado a mi piso, y le fue habilitado el cuarto del fondo como taller. Dicen que es pintora, pero que se le permitirá estar frente a sus cuadros solo por dos horas al día, al parecer luego de ese tiempo debe descansar, descansar mucho.

Cada vez que entro a su cuarto me pregunta si ya es hora, es lo único que quiere saber, no le importa si la llevo a comer o a asearse, solo me pregunta si la llevaré al cuarto del fondo. Tiene una voz suave y pausada, me implora que la lleve, que me pagará si la dejo estar allí más tiempo. Dice que tiene preparar una exposición y que debe terminar al menos un cuadro a la semana mientras está allí. También me dice, que si pierde la comunicación con su inspirador no podrá pintar jamás. Que él le está pidiendo que pinte ahora y que no deje de pintar. Me dice que lo escuche, que si dejo de respirar tan fuerte lo podré escuchar.

Hago caso omiso de sus palabras, imaginarme atendiendo peticiones de esta gente y de seguro término aquí con ellos, compartiendo vasitos con cócteles de pepitas de colores.

Después de varios días le está permitido ir al cuarto del fondo, de alguna manera logró convencer al doctor que la deje estar allí antes de lo previsto. Me asomo por la ventanilla de la puerta y la observo sentada en la cama mirando fijamente la manilla, parece desesperada porque mueve su pie de arriba a abajo sobre los dedos, pero finge estar tranquila, esta vez se dejo bañar y le han peinado el cabello. Cuando abro la puerta se levanta con suavidad y me dice con determinación que vayamos al taller. Le asiento con la cabeza y sin dirigirle palabra la guió hacia el cuarto del fondo, ese que está justo enfrente de su habitación, pero al final del largo pasillo.

Al entrar allí, respira profundamente y al ver el lienzo en blanco me pregunta qué donde esta su obra de la ventana, le contesto que no la he visto, que debe empezar de nuevo sobre ese lienzo en blanco. Me solicita que abra el paquete marrón y que saque de él un lienzo más en blanco y el fulano cuadro de la ventana.

Ella dibuja una y otra vez las blandas escenas en las que las curvas y las figuras choreadas son protagonistas. Mientras habla sola frente al lienzo le implora que la posea y que la vuelva suya. Dibuja un gran falo, gigante, grueso tan grande que no puede sostenerse solo, su dueño un pequeño gran hombre. Ella se diluye en los bajos deseos de sentirse poseída, se autosodomiza por los cuerpos de su propia castidad, rodeada de penes, de figuras fálicas que pretenden penetrarla. Y ella lo desea con toda su piel, que poco a poco se va enrojeciendo. Parada de espaldas mira la única ventana. Es fascinante ver como toca su cuerpo mientras acerca su oído a la pintura, se aleja y da unos brochazos, y sigue tocándose. Su piel vuelve a erizarse y levanta la bata dejandome ver sus torneados muslos.

Toca vigorosamente su cuerpo. Frenéticamente araña su propia espalda desplazando sus manos por los brazos, es como si se desvistiera con furia y alocada pasión.

Ahora ríe a carcajadas, no puede parar de reírse. Se mueve de una manera especial, acercándose y alejándose, hay veces en la que se aproxima para pintar y otras para escuchar y reírse. Se ríe sola y le dice algo y sigue sonriendo. Pretenciosamente muerde las puntas de los pinceles con mirada seductora se adosa y da algunos toques al lienzo. Y yo, que de brazos cruzados, debo permanecer inmóvil hasta que haga algo con lo que pueda lastimarse. Secretamente admirándola en su solitario e inofensivo baile.

Los grandes elefantes empiezan a caminar sobre esas esqueléticas patas y hacia ella los tigres de bengala que pretenden devorarla y poseerla, mientras la mujer en reposada pose de éxtasis, descansa. Grita con una mezcla de placer y desesperación, jadea y esta completamente sudada. A la fuerza la obligamos a detener su sesión de hoy y la sacamos del taller llevándola entre dos a su cuarto. Su cuerpo húmedo y resbaladizo es aún más apetecible. La bulla ha perturbado a los demás y la situación se ha vuelto extraña. Todos salen de sus habitaciones aplaudiéndola a su paso.

Los calmantes le han hecho efecto, reposa plácida en la cama con un rostro angelical e inofensivo. Provoca acercarse y besar la boca carmín que entreabre para roncar. Sus labios se separan lo suficiente como para que mi lengua entre y saboree sus encías y su paladar. Se despierta y como en una especie de duermevela me pide que la posea, que hace tiempo me esperaba, y pasa sus suaves manos por mi cabellera, me aprieta entrelazando sus muslos a mi cintura y comienza a besarme con pasión.


Antes de apagar la luz de la mesa de noche y con un despectivo gesto, ella mira por encima del hombro de él y observa que nuevamente se ha quedado dormido babeando el aburrido “Tratado de psicología”. Según ella, su libro “Mi vida secreta” es mejor texto. Y así pasan las noches, unas tras otras, silentes cada uno a un lado de la cama, fantaseándose e imaginándose; deseados, deseosos, amantes, amigos y cómplices, pero realmente demasiado lejanos y distantes.

De Lila y de noche

A las cinco debe cerrar la galería. Hoy ha sido un día bastante agitado trajeron esos extraños cuadros de un famoso artista y comenzó el montaje. Un poco antes de realizar mi última ronda, ha entrado una cliente que solicito hablar con el dueño, dijo que no estaba apurada y que lo esperaría hasta que llegará. Que ya se habían comunicado vía telefónica y que él vendría pronto.

Me pareció muy curiosa su forma de vestir, parece sacada de otra época, varios años antes pero igual época moderna. El vestido de organza, combinaba exactamente con su amplio sombrero de ala ancha, zapatos de tacón alto cerrados y una diminuta cartera. Todo de un color violeta muy brillante que contrastaba notablemente con lo blanco de sus piernas y lo que alcance a ver de su rostro. Hablaba de manera muy pausada y con un particular acento, no logro determinar si era francés o de otra lengua. Le costaba pronunciar las erres, y todas las eses eran más largas de lo usual, sobretodo en estas latitudes que solemos omitirlas.

Caminó en una primera vuelta toda la galería con mirada desinteresada por las salas, hasta que llegó a donde será la nueva exposición, allí se detuvo. Observaba cada cuadro con minucioso detenimiento. Una y otra vez se acercaba y se alejaba de ellos como atada a un hilo de goma que la obligaba a rebotar del lienzo. Yo la veo a través del circuito cerrado, para no molestarla y así descansar un poco las piernas. Eso de estar parado todo el día cada vez afecta más mis fuerzas.

Suena el teléfono y es el señor Manuel quien me advierte que está en un tráfico y que demorará en llegar. Que a lo mejor un cliente importante vendrá y que lo deje entrar. Le comento de la dama de morado que lo espera, pero parece no entender que ella ya llegó y que lo está esperando. Me trancó antes de que pudiera terminar mi explicación.

Vuelvo la vista a los monitores del circuito cerrado y no la veo en la sala dos. Busco en las demás salas y tampoco la consigo. Debe ser que se fue, pienso relajando mis pies sobre el escritorio. Al pasar de algunos minutos recuerdo que cerré la puerta justo cuando ella entró y que salir de la galería le fue imposible. Con un dejo de fastidio y obligación enfundo mis zapatos y me dispongo infructuosamente a buscarla.

Es una situación muy extraña, ya he chequiado todas las salas y la dama no está en la galería. Reviso la puerta principal y está cerrada con llave. Justo cuando me aproximo al cuarto de marquetería del fondo, siento una brisa fría que anuncia que la puerta de atrás puede estar abierta. El cuarto de marquetería se comunica con un patio de ventilación. Al llegar allí me percato que en efecto la puerta trasera está abierta, enciendo la luz del patio puesto que ya ha empezado a oscurecer y con esas altas paredes no se observa bien. Todo está como siempre en su adecuado lugar. La dama tampoco se encuentra aquí.

Ya un poco fastidiado de dar vueltas por la galería en búsqueda de la señora, me dispongo a preparar el café que me acompañará en la larga noche de vigilia. Cuando suena el teléfono, el señor Manuel del otro lado de la línea me indica que ya no vendrá, que la cola está imposible y se despide.

Aún no entiendo que pudo haberse hecho la dama, pero todo está en orden. He revisado el listín de las obras expuestas y del depósito y las piezas están completas. Las puertas cerradas. El televisor espera por estos ojos para embrutecer un tanto más mi cerebro. Mañana terminarán el montaje.

A la mañana siguiente, el artista ha llegado para continuar con su trabajo. Al rato lo veo conversar acaloradamente con el señor Manuel, el joven le reclama que los cuadros están pisados y una figura ha aparecido en una de sus piezas: alguien ha dibujado perfectamente una mujer con sobrero lila en su obra maestra.

La última copa

Él caminaba por la calle como si nada, parecía que su mente se había borrado, no recordaba lo ocurrido la noche anterior, yo un poco turbada caminaba justo un paso tras él.
Me encontraba confundida sin saber realmente porqué había ocurrido, no era la primera vez que algo similar nos sucedía, sin embargo una señal dentro de mí me decía que las cosas habían pasado el límite, entre una discusión acalorada y una euforia de dos, comprendí que no existiría vuelta atrás. Ya nos habíamos lastimado mucho.
Esa noche cuando el alcohol estaba en niveles demasiado altos dentro de nuestros cuerpos, los mesoneros con rostros trasnochados y realmente agotados por un viernes de quincena, nos sacaron casi a patadas. Iban a cerrar.
La noche había sido mágica. Un rencuentro premeditadamente esperado, deseado y anhelado, durante dos largos años de separación, separación no solo física sino más bien llevada por una consciencia de futuro, ausencia de planes y escasez de sueños, una separación con el dolor de aún sentir amor.
En algún momento antes de partir a dormir, cuando a la noche ya se le agotaba la oscuridad, él decidió que quería continuar la fiesta en otro bar, yo cansada y con la poca consciencia que aún conservaba traté de hacerle entender que seguir bebiendo no era la opción más prudente.
Él continuaba en medio de su impertinencia insistiendo en entrar al local, donde habíamos dejado a un náufrago de la noche que necesitaba un aventón, trate de convencerlo que a mi parecer la noche ya había sido bastante buena, que nos habíamos divertido mucho, finalmente le sugerí que si era de su preferencia se quedará y yo partiría nuevamente sola mi casa, no logré mi propósito.
Él esperaba que le dejara dinero para continuar destruyendo su hígado, a lo que me negué rotundamente, insistió tantas veces que comencé a recordar, como película de terror, las muchas escenas de antiguas discusiones en similares situaciones, los sentimientos de viejas frustraciones comenzaron a removerse dentro de mí, envenenándome paulatinamente, mis emociones se confundían y comprendí que la real razón de nuestra separación era más grande de lo que mi corazón solitario recordaba, él me lastimaba constantemente.
Él volvió su rostro hacia mí y me dijo fríamente: ¿Es que no recuerdas las tantas veces que yo te di dinero por tus servicios? ¿Por una noche o más bien un rato de placer? ¡DAME DINERO NECESITO BEBER AHORA!. -Me gritò.
En ese instante lo mire fijamente y le volteé la cara de una cachetada.
Él caminaba por la calle como si nada hubiese pasado, parecía que de su mente se había borrado todo, no recordaba lo ocurrido la noche anterior, yo del mismo modo, un poco más turbada caminaba justo un paso tras él, en dirección contraria.

Pañito de mocos

Cuando alguien no nos pertenece es necesario resguardarse de uno mismo. Más aún si se sospecha que los vacíos pueden empezar a llenarse de falsas ilusiones. La sensación de placer hoy ha mutado, y siente que los deliciosos escalofríos de las caricias, son amargos recuerdos de la latente soledad. ¿Tú crees que me llegues a amar? No lo sé, deja que el tiempo lo decida, por los momentos no me preocupa. Eres insensible. Para nada, sólo disfruto del aquí y el ahora, contesta ella. Las preguntas brotan de la boca como esperando la más dulce de las respuestas, sin embargo debajo y a la izquierda existe un corazón ocupado, recientemente lastimado, pero ocupado. Se niega a aprender a vivir solo; lo malo es que con su necesidad de compañía puede mal acostumbrar a un alma solitaria. Yo sigo sintiendo que tú tienes el freno de mano puesto. ¿Por qué te parece eso? Te rehúsas a decirme lo que sientes, acota él.
La vacuidad de los comentarios se convierte en la excusa perfecta para no abrir la caja de Pandora de un corazón que luchó durante mucho tiempo para reconocerse libre y que aprendió luego a vivir en soledad. Resulta peligroso que entre dos que comienzan a acompañarse, el más preocupado por el sentimiento futuro sea quien no ha tenido tiempo de vaciar su corazón, y busca afanosamente llenar los espacios abandonados. Lo más difícil será fijar los límites en los que cada uno se involucre o se perjudique. La necesidad de espacio es muy importante. No abandonar la libertad puede ser la razón perfecta, para escudarse ante la apabullante embestida de solicitudes de entrega. ¿Piensas en ella? Sí. ¿Y por qué no la llamas? Porque nos haríamos más daño. No te parece que renunciar, es no darles la oportunidad de volver a intentar.
Las relaciones suelen ser complejas y únicas. Evadir los sentimientos, alejarnos de lo que queremos, excusados en que es una relación que tiene problemas de fondo, no es una solución. La respuesta no la posee nadie, es un asunto de dos, que debe resolverse entre dos. Los terceros sobran. En los momentos de ausencia, abandono o renuncia, se padece de una dolencia física; el estómago parece achicarse y el corazón presenta arritmia; los recuerdos agobian nublando el entendimiento; cancelando los “puede ser” y obligándose a un “no va a ser”. Deja que mi camino siga solo, no deseo que yo te sienta compañía y tú me sientas consuelo, piensa ella. Llevar un luto con la cabeza en alto, superarlo luego de un merecido y largo duelo de amor, es una necesidad para comenzar nuevas historias. Salió de la casa, dejándole acompañado de sus recuerdos, sus vacíos, de una casa repleta de objetos que no le pertenecían y de una breve, pero concisa carta de despedida.

Mis hombros estarán para apoyarte y mis oídos para escucharte, pero mi corazón y mi cuerpo no están aptos para sufrir decepciones de amor. No soy roca, fría y seca, soy un alma sola, pero viva, que siente, deseosa de calidad de compañía, en la búsqueda de eso que no sabe si existe, pero que ha deseado. Algo cambio después de esa conversación, el confesarte pensante y extrañando, nubló la primavera de mi corazón y apresuro un otoño cargado de melancolía. Siento como se me rasga el pecho. Falsamente ilusionada, sí, pero creo estar en el momento de comprar curitas en la bodega y no de ir con un infarto al servicio de emergencia. Toma tu tiempo y dame el mío. Gracias por esos momentos de compañía y placenteras sesiones de piel. Muchos besos. M.