“Con el lenguaje, la ciudad es la más grande
obra de arte creada por el hombre”
Lewis Mumford
Luego de divagar durante algunas semanas cual sería el tema de un ensayo sólido y preciso, acerca de Caracas, y después de leer y releer incontables textos que hablasen de ella, me he decidido en esta ocasión hacer un viaje de sentidos; llevada por la pluralidad del lenguaje, y guiada por los senderos de divergencias, que nos proporciona esta ciudad que no es otra cosa que “…una suerte de laberinto donde cada ciudadano realiza, día a día, una lectura de la infinidad de mensajes que forman parte del paisaje urbano…”[1] . Un paseo por el imaginario urbano de un natural caraqueño. Que ve, pero no observa, que camina y no pasea, que vive pero no disfruta de todos estos valores que la sucursal del cielo o preámbulo del infierno nos ofrece.
I
Los dos más importantes aspectos de la naturaleza humana son la capacidad de comunicarse y el convivir en sociedad. Al hablar de ciudad y de lenguaje existen varios territorios de frontera común. Ambas creaciones intrínsecas de la humanidad, ante la improbable ausencia de alguna de ellas, la vida humana tal como la conocemos, sería impensable.
Tanto las estructuras del lenguaje como las de la ciudad presentan modificaciones con el paso del tiempo -su tiempo y el nuestro propio-; mutaciones o (in)evoluciones, que mantienen conceptualmente estos términos en una constante variación, hacen que ambos se mantengan en estado de existencia, siempre vivos y siempre presentes. La ciudad “… es ante todo una unidad orgánica, viviente; una continuidad que se sucede renovándose a través del tiempo”[2], lo mismo acontece con el lenguaje, aunque con una marcada tendencia a ahogarse, en el más amplio sentido metafórico, con su mal uso cotidiano.
En la ciudad y en el leguaje encontramos que existen textos. Los textos en el lenguaje escrito, son reconocibles con mayor facilidad, nos referimos a las palabras, los libros, etc.; cuando hablamos de los textos de la ciudad: de los textos urbanos, empezamos a conjugar; situaciones con acciones, memoria con utopías, fantasías y realidades, sospechas con certezas, y nos encontramos inmersos en un mar de probabilidades diferentes, donde parecen en un mismo nivel o capa, elementos que distinta procedencia, y la conjugación entre ellos, parece irreal o más bien poco probable semánticamente.
“Toda esta gama de textos e imágenes que se erige sobre el entramado urbano constituye un verdadero diluvio de información, ideas y símbolos que procesamos cada día y da un significado a los espacios de la ciudad en los que vivimos y nos desplazamos”[3]
Reconocer los diferentes textos urbanos presentes en la ciudad de Caracas, es un ejercicio de sensibilidad, -tal como sucede en el arte contemporáneo-, para vivir felizmente una ciudad como esta, es necesario ser sensible a una gran cantidad de esos textos, que colorean a especie de collage, la imagen propia e individual que tenemos de nuestra ciudad. La sensibilidad viene dada por la capacidad de abstraerse de la rutina y encontrar la belleza en lo cotidiano. Al darnos la oportunidad de explorar, con todos los sentidos, lo que a diario nos rodea, sensibilizamos a la ciudad y por consiguiente, a nosotros mismos ante ella.
Observar, escuchar, oler, saborear y palpar lo que ocurre en Caracas, más que un ejercicio de supervivencia, es un ejercicio de disfrute, aunque para algunos los sentimientos que despierta Caracas sean “…el amor desmedido y el odio injustificable”[4], existen maneras positivistas y optimistas de recorrerla, en algunos casos de recordarla.
II
En este paseo imaginario por Caracas y por la exploración de los cinco sentidos físicos del hombre, hablar a ella sin tomar en cuenta su topografía resulta casi imposible, ya que esto es parte fundamental del deambular caraqueño, Arturo Uslar Pietri en un texto llamado El Valle se refiere a esta particular situación geográfica de un modo, por demás poético, “El Valle de Caracas es como un cuenco de dos manos reunidas amorosamente para retener un agua de gracia”. [5] -cabe la ocasión de preguntar sí al agua de gracia se refiere al ahora saneable río Guaire-, viene a mi memoria también, el vago recuerdo de los cinco valles que la conforman, metaforizados con los dedos de una mano completamente abierta, donde la base de los dedos se refiere al majestuoso Ávila, que ha detonado innumerables textos y, es referente obligado de la orientación de los caraqueños y natural pulmón de una ciudad que aspira convertirse en metrópolis.
III
Al hablar del sentido de orientación caraqueño y si hacemos recorridos pretendiendo establecer la pluralidad del lenguaje citadino, nos encontramos con diversas situaciones, que en ocasiones parecen ser extraordinarias o incomprensibles, situaciones que en algún momento, pasan la frontera entre lo fantástico y lo real.
Por ejemplo, a cualquiera de nosotros nos ha sucedido, que con dirección en mano, no logramos hallar el lugar al que nos dirigimos, hacemos uso del teléfono celular, para escuchar la voz de la persona a la que nos disponemos visitar, describiéndonos todos los “lugares de referencia” previos a la aproximación a su casa; luego de esto, es cuando nos damos cuenta de que existe una dirección en la guía telefónica –que no nos sirve fundamentalmente para mucho- y una dirección física -meramente descriptiva y sensorial-.
En esta dirección “explicada”, podemos escuchar cosas como: -Es el edificio que está detrás de la antigua panadería tal. –Descriptor, que evidentemente no nos es para nada útil, ya que es la primera vez que vamos a esa zona de Caracas-. O también por ejemplo: -Después de pasar la licorería, la primera a mano derecha.- Y resulta, que nos encontramos en esa avenida, no menos de tres licorerías, escogemos cualquiera de ellas, para darnos cuenta que “la primera a mano derecha” es flecha en sentido contrario, que solo hay casas y realmente estamos buscando un edificio de no menos de seis pisos, ya que la dirección anotada dicta: piso 6 apartamento 64.
Rubén Monasterios en su libro Caraqueñería, nos dice que esto sucede por “… una condición de la ciudad que nos impone hacer malabarismos lingüisticos al dar una simple dirección…”[6], no solo darla sino por consiguiente hallarla, convirtiéndola en la única “… ciudad del mundo donde parece más difícil encontrar una dirección desconocida”[7]. Con esto nos damos cuenta de la evidente distancia entre el lenguaje escrito de una dirección en Caracas y el lenguaje visual que debemos seguir para llegar a ella.
IV
Paseándonos ahora por otro de los sentidos humanos, escuchar la voz de Caracas es al mismo tiempo oír y dejar de oír, con la única finalidad de contemplar más un sonido que un ruido. Separar el eco de las cornetas, del tráfico, de los pregoneros de autobuses para abrirle paso a un sonido -que en algunas zonas es más una memoria, que una vivencia semanal-, puede proporcionarnos mayor cantidad de imágenes, me refiero en este caso al ¡Zaaaapatero!, al silbido de armónica del Amolador o al inventario cantado del verdulero, que usualmente deambulan por las zonas residenciales de Caracas, y que nos remiten a una ciudad con remembranzas de ruralidad.
Si somos sensibles, no podemos dejar de escuchar el cantar que realizan las guacharacas en las mañanas de agosto, o el sonido de los pericos y loros que todas las tardes amenizan, en su recorrido aéreo hacia el Parque del Este desde el Jardín Botánico, auditiva y visualmente la congestionada autopista. Los sonidos como textos urbanos, enriquecen el espíritu de quienes sean capaces de escuchar atentamente lo que la ciudad le proporciona, para su disfrute.
V
El sentido del olfato pareciera estar directamente relacionado con otro secundario; olemos y recordamos, recorremos y olfateamos, por esto los olores citadinos son realmente mucho más difíciles de precisar -apartando el desagradable olor de la basura mal dispuesta de las calles-, nos encontramos entonces, temprano en la mañana, al seguir cualquiera de los recorridos habituales, pasamos justo frente a una panadería, donde el aroma de un cafecito recién colado y un tostado cachito saliendo del horno, hacen que el no detenerse a disfrutarlos sea prácticamente improbable. Igualmente, al andar por San Bernardino, nos llega el recuerdo de la fragancia a consultorio medico, esto referido exclusivamente a la sensación que en esta la zona donde se “centraliza” la asistencia médica en Caracas.
Los textos olfativos son como los textos urbanos, unos a otros mezclados irremediablemente, difíciles de separar. Al oler recordamos y vivimos de nuevo, al interpretar un texto urbano revivimos la situación que nos llevo a reconocerlo.
VI
La sazón de esta ciudad esta repleta de variables de las más exquisitas gastronomías mundiales, en una urbe donde podemos conseguir, si buscamos con juicio y no nos distraemos por otro fogón, cualquiera de los más exóticos platillos de la comida internacional.
No obstante hay algunos gustos que solo podremos dárnoslo en esta urbe, un ejemplo: los perros calientes callejeros caraqueños, indiscutiblemente muy sabrosos y poco salubres, tratar de imitarlos en casa solo los lleva a obtener infructuosas y vagas copias –no saben igual-, que muy lejos están de “…ese sabor particular e indefinible…”[8], que a muchos encanta y a otros envenena.
El gusto por una ciudad, o el gusto de una ciudad yace en la manera de vivirla y de aproximarse a ella. Hay muchos que odian Caracas porque les parece esquiva, arrogante y malvada, pero habemos quienes la admiramos, más llevados por lo que deseamos que ella fuese, que por lo que en realidad parece ser. Es un gusto de enamorado ciego, que solo ve virtudes en el ser amado. Valido pero sumamente vulnerable.
VII
Tantear la ciudad, es saber moverse en ella, descubrir y llegar a salvo a sus más exóticos lugares, revelar día a día un nuevo camino desde donde maravillarnos. Palparla en su cotidiano, y sentirla tal cual es, viviendo experiencias enriquecedoras.
Recorrerla puede llegar a ser un placer para el habitante, así como perderse en los interludios del lenguaje para un escriba, por esto al andar “…son los pasos los que señalan: el caminar es quien conduce.”[9] y al escribir son las palabras las que dictan como quieren estar en el texto, “El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas –pues mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo.”[10]
VIII
En la ciudad escrita, es mucho mas fácil obviar lo que no nos agrada, omitiéndolo premeditadamente, que en el la ciudad vivida, donde por más sensibles y dispuestos al encuentro de situaciones amenas que estemos, convivimos dentro de un sistema en el que separarnos de la realidad no es la opción.
La ciudad escrita es por lo tanto más segura, no corremos el riesgo de morir en la mera descripción de un experiencia antropológica, más sin duda si nuestro afán de aventura nos conduce por caminos desconocidos, cualquier amarga sorpresa puede arruinar toda una vida.
“El miedo es, junto con la ansiedad, la otra cara de la cultura del deseo de la ciudad contemporánea. Lewis Mumford, incluso hablaba de paranoia y hoy la expresión corriente es “Posmodern paranoia”. La ciudad es objeto de deseo de repulsión en tanto puede ser simultáneamente percibida como área segura o de riesgo.” [11]
Caracas es una ciudad peligrosa, lo sabemos, recorrerla libremente y sin temor es muy difícil, sin duda debemos tener cautela al andar y dejar que los pasos vayan acompañados de la prudencia. Si nos proponemos a recorrer y disfrutar, con todos nuestros cinco sentidos, una urbe como Caracas, no podemos dejar en casa la precaución y recordar siempre el instinto de supervivencia.
[1] Mentalidades, discurso y espacio en la Caracas del finales del siglo XX, Humberto Jaimes Quero, Pág XI
[2] Una ciudad: París, María Zambrano. Articulo aparecido en Lyceum, nª 27, La Habana, 1957; p. 13-17
[3] Mentalidades, discurso y espacio en la Caracas del finales del siglo XX, Humberto Jaimes Quero, Pág XI
[4] Del prólogo de Cuatro lecturas de Caracas por Rafael Arraiz Lucca, Pág. 9
[5] Cuatro lecturas de Caracas, Arturo Uslar Pietro, Pág. 13
[6] Caraqueñerías, Rubén Monasterios, Pág. 28
[7] Cuatro lecturas de Caracas, Mariano Picón Salas, varios Meridianos, Pág. 60
[8] Caraqueñerías, Ruben Monasterios, Pág. 184
[9] La ciudad sin lengua, Federico Vegas, pág 40
[10] El placer del texto, Roland Barthes, pág 29
[11] La ciudad postmoderna, Giandomenico Amendiola, pág. 312.
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