Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

Espero lo disfruten

13.7.13

Saborear la ciudad de Caracas

Cuando era pequeña, mi abuela -que era por supuesto quien se encargaba de cuidarnos los sábados y con la clara intención de mantenerme vigilada- me montaba sobre la lavadora. La lavadora estaba cerca de la ventana y se podía ver la Av. Libertador, el Ávila y algunos edificios lejanos. Ella me pedía mientras cocinaba que le contara lo que pasaba en la calle; que describiera a las personas que iban caminando, de qué color eran los autos, cómo eran los edificios, qué veía en las ventanas de los edificios, los árboles, los pájaros etc. Mientras yo buscaba relatar cosas que la sorprendieran -incluso llegaba a inventarlas-, ella mezclaba lentamente amarillas de huevo con leche y azúcar sobre el fogón. Cuando el olor de la canela impregnaba mis papilas olfativas todo indicaba que el ejercicio descriptivo estaba por llegar a su fin; la ansiedad y salivación que me producía la espera por que ella lograra la espesura adecuada, se veía recompensada cuando al terminar de vaciar el contenido en pequeños envases de vidrio, ponía a mi lado la olla con la paleta de madera. Desde ese momento mirar la ciudad es para mí una delicia solo comparada con saborear la natilla aún tibia de la olla. Por supuesto que el día de mi boda, llovió copiosamente. “La arquitectura es el testigo insobornable de la historia porque no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él, el testigo de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones.” Octavio Paz. En la antigua Roma se denominaba ciudad –cívitas- a la zona habitada por ciudadanos --cívis-, los cuales eran aquellos que poseían derechos ciudadanos, independientemente de su actividad -fuera la industria, la agricultura o los servicios-. Para que un espacio sea ocupado por la especie humana este espacio debe convertirse en lugar, en un lugar habitado y sentido como tal, es decir adecuado para que las necesidades humanas de cobijo empiecen a ser cubiertas, de esta manera la ciudad como espacio para ser habitado por los ciudadanos, empieza a construirse dando oportunidad a la arquitectura para desarrollarse en la atención de cubrir las necesidades humanas y sociales del civis. El ágora, los palacios de gobierno y los templos secundan a las viviendas en la conformación del espacio en lugar y a su vez en la construcción de ese concepto de ciudad, que evoluciona a lo largo de la civilización occidental pasando por la revolución industrial, a las metrópolis que hoy conocemos. El diccionario de la Real Academia de la lengua Española dice que una ciudad es “un conjunto de edificios y calles regidos por un ayuntamiento -gobierno local-, cuya población densa y numerosa se dedica a actividades no agrícolas” pero yo creo que una ciudad es mucho más que eso, para mí es una sumatoria capas -un palimpsesto urbano que se va sobrescribiendo constantemente-, una ciudad además del lugar donde está implantada, del paisaje, del clima, de su flora y su fauna, es lo que va pasando a lo largo del tiempo en ella, son las construcciones que la conforman, su arquitectura, las historias de sus lugares, las personas que hacen vida en ellas, las cosas que le suceden a esas personas y como les suceden, lo que suena, lo que se come, lo que se huele, un mexclum, un compuesto, es lo que hoy en día reconocemos como ciudad. La arquitectura es solo una parte dentro de la ciudad, si imaginamos que la ciudad es un contenedor, la arquitectura está dentro de ella como contenido, contenido que a su vez contiene. Pero la ciudad y la arquitectura se relacionan de diversas maneras, una donde la arquitectura construye ciudad, otra donde la ciudad se construye a pesar de su arquitectura, y otra la más idónea, pero no siempre la más aplicada, cuando la ciudad y la arquitectura confluyen en la construcción de una ciudad en donde todo parece dispuesto de la manera más acertada y consensuada. Pero los términos de perfección no son aplicables a las ciudades y su arquitectura, estas son perfectibles, susceptibles a estar cerca de la perfección. Pero mientras tanto nosotros las habitamos y las vamos construyendo día a día, alejándonos y acercándonos intermitentemente a la construcción de la ciudad que pensamos ideal, y que es diferente en cada uno de nosotros, ya que depende de lo que cada uno haga de ella. La arquitectura va más allá de lo construido o para hablar en términos netos: no todo lo construido es arquitectura, pero sin embargo todo lo construido sí es ciudad. Entre los profesionales del gremio la discusión entre que es o no es arquitectura en una ciudad, puede ser un eterno pasear entre teorías y prácticas del hecho arquitectónico que siempre dejará a alguna de las partes con ciertas y razonables dudas. Sin embargo para el ciudadano común, lo usual es interpretar todo lo construido como arquitectura de la ciudad, entonces es a esta ciudad de múltiples construcciones –arquitectónicas o no, pero todas humanas- a la que nos dedicaremos a conversar y sobre todo a buscar como contemplar. Cuando hablamos de contemplar nos referimos a ese mirar con atención, a poner cuidado y esmero en lo que observamos, ese mirar que requiere del pausar de la consciencia, del disfrute, un observar que tenga tiempo, que se aleje de la velocidad, un mirar que no se deje tentar por lo cotidiano, que respire y con calma se atreva a poner su mirada acuciosa en los más mínimos detalles de lo que observa. En esta mirada liberada de la premura aprendemos a observar y a disfrutar de lo que nuestros ojos admiran y encontramos en medio de un aparente caos citadino motivos por los cuales querer y disfrutar esta ciudad de Caracas que a muchos emociona y a otros espanta. Caracas como ciudad es muy joven, a pesar de que nos encontramos en las vísperas de celebrar 446 aniversarios desde aquel 25 de julio de 1567, momento en el que Diego de Lozada proclamó la fundación de Santiago de León de Caracas. No existe certeza de que para esta fundación se siguiera las formalidades ordenadas por los Reyes de España, que consistían en que el jefe del ejercito poblacional en presencia de testigos –representantes de la iglesia, un escribano y los pobladores nativos de las cercanías- arrancara hierba diera con su espada tres golpes al suelo y finalmente retase a duelo a quien se opusiera. Tampoco los historiadores se ponen de acuerdo en el origen del nombre de la ciudad, algunos aluden a Santiago como apóstol tradicional de la conquista española, otros a que la fecha se escogió adrede del onomástico de Santiago, dado finalmente que los aguerridos pobladores originarios, dieron la paz o se rindieron. Lo que si es verificable es que este pueblo indígena, de arduos defensores de su territorio y que tanto trabajo dieron a los españoles, era conocido como los Caraca, por el nombre con el que llamaban a la planta pira que cubría abundantemente el valle. Es bueno recordar que desde la fundación hasta la independencia, el cuadrilátero original de 25 manzanas no fue modificado, incluso la capital empezó a cambiar su aspecto rural algo más de cincuenta años después de ser primera república, cuando a partir de 1875 Guzmán Blanco inició el proceso urbanístico con la edificación de El Teatro Municipal, el Capitolio y el Palacio Federal-Legislativo, la construcción del acueducto de Macarao y el Parque el Calvario, y el primer Puente de Hierro que cruzaría el Guaire, pero la ciudad seguía manteniéndose cerca de sus límites originales. Sin embargo hacia el este otras poblaciones como Chacao (1641), Petare (1621), Baruta (1568) y el Hatillo (1784) seguían ocupándose de manera aislada a la capital. A principios del siglo XX es cuando las carreteras para comunicar los poblados cercanos se empiezan a consolidar; para 1936 el límite este de la ciudad llegaba al Parque Carabobo con su recién inaugurada plaza, diseño de Carlos Raúl Villanueva y donde ocurrió su génesis de la integración de las artes a la arquitectura, debido a la incorporación, como ornato del espacio público, de una pieza escultórica especialmente diseñada para ese lugar, elaborada por Francisco Narváez. Desde el Parque Carabobo salía la carretera del Este que atravesaba los caobos y árboles -hoy centenarios- de la antigua hacienda “la Industrial”-propiedad hasta 1920 de Don José Mosquera, cuando fue declarada Parque Sucre, hoy lo conocemos como Parque Los Caobos-. En este momento la extensión hacia el este comienza a tener un mayor auge y la unión con el cercano poblado de Chacao empieza ha ser inminente. Los límites de la ciudad se vuelven difusos y las construcciones al borde de la carretera del este se hacen constantes. Para la década de los cincuenta la expansión de la ciudad es promovida desde iniciativas privadas: la urbanización Altamira, proyecto de Luis Roche, se promociona como un lugar con la tranquilidad del campo y muy cerca de la ciudad. A partir de ese momento, alrededor de 1950, la ciudad no ha parado en su afán de expansión y hoy los poblados cercanos de Baruta, El Hatillo y Petare están completamente conurbados con Chacao y con aquella Caracas de 25 manzanas. Entonces desde la perspectiva de que este lugar que habitamos y conocemos como Caracas tiene apenas algo más de 60 años, es por lo que digo que Caracas es una ciudad muy joven, que además tiene la particularidad de transformarse cada 20 años en otra ciudad diferente a la anterior, un halo rejuvenecedor aparece siempre latente en nuestro recuerdo. La ciudad de Caracas de hoy no es la misma que inauguró el metro en 1983, o la que vivió el iberoamericano de rock en 1992, ni la misma que vio aparecer el primer teléfono celular llamado ladrillo. Sin embargo sí es la misma ciudad que despierta amores y odios por igual desde hace varias generaciones, y es que nuestros sentimientos hacia ella se ven íntimamente ligados a nuestras propias emociones y situaciones diarias. Son justamente estas emociones las que nos hacen, tener un mejor y más pleno andar en la ciudad. Hace un rato les comentaba de la necesaria pausa que se requiere para llegar a un estado de real contemplación, ese detenernos y mirar sin apuros, el permitirnos disfrutar de lo que observamos. Y es que para disfrutar de la ciudad no es suficiente mirar, sino también activar los demás sentidos que nos permiten sensibilizarnos, conocer y relacionarnos con nuestro entorno. Entonces si empezamos a utilizar todos nuestros cinco sentidos en nuestra relación con la ciudad, del mismo modo como se nos hace fácil relacionarnos y evocar en nuestra imaginación el nombre de un platillo, como por decir uno: el pabellón criollo, en el que con solo nombrar su sonora nominación nos es posible imaginar visualmente sus colores –blanco, negro, amarillo, marrón-, estimar sus texturas, su aroma y por supuesto su sabor, si podemos disfrutar y evocar la ciudad tanto como disfrutamos esta comida, empezamos a entender hacia donde iniciar el ejercicio de contemplación y relación con Caracas que nos permitirá disfrutarla en la plenitud de nuestros sentidos y en el esplendor de sus cualidades. Si hablamos de los olores de la ciudad hay algo que nos es muy fácil a casi todos los caraqueños reconocer, tenemos la cualidad premonitoria de oler la lluvia con suficientes minutos de antelación para correr a tomar resguardo y esto se debe al modo como los vientos entran a la ciudad, la disposición de las montañas, el Ávila al norte y los cerros del sur, generan, para los vientos que vienen siempre del este, un canal perfecto para limpiar constantemente el aire del valle, con este sistema de drenaje natural no se acumula el smog y la polución del más grande parque automotor de Venezuela, es como si siempre las ventanas de la ciudad estuviesen abiertas para ventilarla, gracias a esta dirección del viento que antecede a la lluvia, es que reconocemos el sabroso olor de ella. El modo como se encuentra diseñada la ciudad nos afecta querámoslo o no, y es que cuando llueve técnicamente la ciudad se paraliza de miedo, con cada gota caemos en cuenta que la temporada de lluvia de todos los años nos agarra siempre desprevenidos, una situación atmosférica, recurrente, periodizada y predecible puede trastornar la cotidianidad en cuestión de segundos, si nos desplazamos en auto reconocemos donde va ha haber retardos en el tráfico porque se forman lagunas, las mismas lagunas de siempre y que por una extraña razón no son adecuadamente reparadas, pero en nuestro mapa mental de la ciudad están registradas, han sido bautizadas, incluso puedo atreverme a decir que les celebramos los cumpleaños, esto nos remite a la recurrencia, a reconocernos y reconocer nuestro entorno, en este caso más que por disfrutarlo por sobrevivir a él. La ingeniería vial de la ciudad debe en algún momento adaptarse a este clima tropical en el que llueve seis meses al año. Otro de los aromas de la ciudad, que en lo personal, me parece irresistible es el olor a pan calentado a vapor, basta con pasar cerca de alguno de ellos para que se despierte en mí la necesidad, casi siempre insatisfecha, de comer aunque sea un solo perro caliente callejero. En la búsqueda de activar los sentidos el oído es tal vez aquel del que es cada vez más fácil abstraernos, cerrar la ventanilla del auto y encender la radio, o andar con audífonos son dos de las actividades evasivas más frecuentes de los caraqueños. Es que el gran rugir de la ciudad con sus altos decibeles, realmente invade hasta los pensamientos. Al evitar escuchar a la ciudad nuestros niveles de atención disminuyen y somos más vulnerables ante una ciudad que no solo nos grita, sino que nos atropella. Decantar los sonidos es un gran ejercicio de atención, que nos hará afinar este adormecido sentido, compuesto por un complejo sistema percusión en el que conductos, tímpano, huesecillos, canales, y caracol son fundamentales. Sentados en una transitada plaza pública -fíjense que primero nos bajamos del auto, caminamos, nos detenemos, nos sentamos y después de mirar a los lados es que finalmente nos disponemos a prestar atención a lo que escuchamos- podemos identificar innumerables sonidos, los primeros son realmente ruidos -cornetas, pitos, motores, sirenas-, luego es posible filtrar ecos de las actividades de las demás personas que están rodeándonos –gritos, conversaciones, llantos y risas- ahora sí empezamos a disfrutar: el regular sonido del agua caer, las hojas de los árboles con la brisa, los pájaros, y si ya nos ha caído la noche; los grillos y los sapos. Solo es cuestión de dejar de oír para empezar a escuchar, al escuchar ponemos atención, recordamos, pensamos y razonamos, en una palabra: contemplamos. Hay algo que sí sabemos: Caracas es sin duda una ciudad bulliciosa, y es que el sonido de la ciudad es diferente al ruido que hay en ella. El sonido es disfrutable, el ruido estremece y aturde. Está en nosotros evadirlo con más ruido o aprender a escuchar y apreciar los sonidos muy agradables que se encuentran escondidos bajo la bulla. Recrearse con los sonidos de la ciudad, es al mismo tiempo renunciar e ignorar lo que más nos molesta escuchar. En este mismo contemplar auditivo hay sonidos que nos remiten a oficios ancestrales pero que se practican activamente en esta ciudad que no deja de tener algo de rural. Entonces el silbido que un día específico de la semana se deja escuchar por las urbanizaciones residenciales, siempre acompañado con un cajón, ese que en el credo de Aquiles Nazoa “vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa”, es el sonido inconfundible del amolador. O el camión de verduras que anuncia cercano al medio día “papa bien buena”. La campanita que algunos muy diestros suenan para despertar antojo en niños y adultos de un refrescante y cremosos helado. Ahora bien, si hablamos de palpar la ciudad, de sentirla, lo primero que debemos hacer es atrevernos a andarla. Para andar lo fundamental es bajarnos del auto, en una ciudad como Caracas que fue diseñada en plena modernidad, cuando el automóvil parecía ser la evolución de un natural y ya perfecto sistema de locomoción, andar resulta no menos que muy dificultoso, no solo por lo ancho de las aceras y la gran cantidad de obstáculos urbanos sino también por la flojera y la comodidad. Hay que atreverse a mover los pies rítmicamente uno detrás del otro, caminar. En un texto de Alberto Sato, del libro Cotidiano, hay un relato titulado “Instrucciones para caminar en la ciudad” en el que narra las peripecias de un caminante y el modo adecuado de enfrentar los obstáculos, dice que “Caminar es el acto de trasladarse de un sitio a otro con ayuda de los pies, es tan natural que es ocioso analizar cómo es que se realiza este movimiento”. Y así es caminar es así mismo ocioso, y no hablo de la caminata obligada, de la necesaria del metro al lugar a donde nos dirigimos, hablo de encontrar placer en caminar disfrutando del paisaje, entendiendo y conectándose con el entorno, desplazarse por el solo hecho de reconocer sobre nuestras propias plantas de pie el medio en el que estamos. Caminar sin rumbo y sin apuro es un ejercicio de relajación, ayuda a conectarse con los pensamientos más profundos y sinceros, ayuda a descubrir pequeños guiños como una ardilla que sube un árbol, o un nido de pajaritos, una hoja hermosa en el piso, a encontrar un buen lugar donde tomarse un expresso. Nos ayuda a vivir en una escala más doméstica, a medir las distancias y las pendientes, a calcular más humanamente el tiempo. Caminando mantenemos el cuerpo activo y en forma, aumenta la circulación y el metabolismo, ayuda al corazón y a las articulaciones. Después de caminar el sueño es más profundo. Caminar y admirar están íntimamente ligadas, ya que al bajar la velocidad de nuestro desplazamiento nos permitimos mirar lo que antes pasábamos por alto, y nos sorprendemos gratamente con esos descubrimientos. Al caminar probamos nuevas rutas, cambiar nuestros circuitos rutinarios nos abre infinidad de nuevas oportunidades y nos atrevemos a ensayar diferentes caminos que serán recorridos de contemplación y descubrimiento. Caminando, palpamos, tocamos la ciudad desde una perspectiva más cercana, el tacto está en todo nuestro cuerpo y disfrutamos la ciudad con la piel, nuestro órgano más extenso. Al caminar somos libres, autónomos de tomar el rumbo, las decisiones, sobre todo de detenernos y admirar para con ello descubrir. La vista es sin duda el sentido desde donde la construcción de la ciudad se hace más notoria, inevitablemente miramos, pero no siempre observamos. Las imágenes que más recordamos y evocamos de Caracas no es nuestra arquitectura local, ni nada hecho por el hombre, lo que más representa a la ciudad es nuestro paisaje, el referente espacial, el Ávila, en segundo lugar nos maravillamos del color de la luz cálida, ese tono miel que baña todo al final de la tarde, una atmosfera muy particular que no posee otro lugar, y ni hablar de nuestro clima primaveral durante todo el año. Pero la ciudad está llena de construcciones -unas arquitectónicas y otras no-. Las ciudades son construcciones culturales donde las características sociales, políticas, económicas y religiosas de la sociedad que las habita, nos revelan el tipo de ciudad que tenemos. Caracas como construcción colectiva es multisápida, pero a la vez conservadora. Si hablamos de lo construido en Caracas es inevitable negar su predominio moderno, es una ciudad postmoderna por accidente, lo que tenemos es lo que nos quedó como consecuencia de ese laboratorio de exploraciones espaciales y materiales que llegó por barco hacia 1950 en medio de una influencia mundial de los principios de Lecorbusier -el arquitecto francés que cambió definitivamente el rumbo de la arquitectura-. Los cinco puntos de la nueva arquitectura por él planteados fueron aplicados con obediencia pero con criterio tropical, por los arquitectos e ingenieros nacionales que teniendo toda la expansión del valle por construir, y la bonanza económica de la época perezjimenista -que debemos agradecer al 50/50 que logró antes el corto gobierno de Gallegos-, se dieron la oportunidad de explorar y construir lo que arquitectónicamente más admiramos en la ciudad. Sumado a esto en los barcos también vino, una invaluable mano de obra calificada que edificó gran parte de la expansión inmobiliaria, donde el edificio de viviendas fue la tipología predominante y en el cual se manifestaba ya no los sesudos criterios lecorbuserianos, sino más bien evocaciones a las arquitecturas regionales de sus hacedores, construcciones de tipo vascas, italianas, y españolas fueron poblando las nuevas urbanizaciones. El descubrimiento y aplicación de los materiales modernos, facilitó la construcción y con la combinación de estos con las técnicas tradicionales, se llenaron de sobras y colores las edificaciones. De sombras porque se construyeron aleros, pérgolas y parasoles que evitan la incidencia directa del sol, lo que permite bajar las temperaturas de los espacios interiores, así como se respeto la utilización tradicional de patios de ventilación que garantizan la circulación de aire, fueron dos elementos constitutivos de la arquitectura moderna caraqueña. Los colores llegaron con la utilización de diminutas piezas de mosaico que se repartieron en una enorme variedad de colores en las fachadas ciegas y balcones, estos mosaicos que suprimían la necesidad de pintura y cuya aplicación rápida y eficiente, nos dejó muchos muros de color, así como algunas exploraciones de murales decorativos. Otro de los materiales que cobró auge y que resulta maravilloso observar en Caracas es el trabajo con metales fundidos, hierro y bronce, bien labrados sirven de protección con rejas en balcones o trabajos de barandas y pasamanos, que son reales esculturas por sus audacias formales y el predominio de lo orgánico. Las superficies horizontales y suelos tienen también elementos decorativos dignos de admirar, el trabajo de graniteros y marmoleros se luce en rosetones y combinaciones de figuras, así como en los conocidos estilos venecianos en las entradas de los edificios. Pero si bien estos elementos son vistos principalmente en las edificaciones residenciales modernas del este de la ciudad, la calle como espacio público también nos ofrece elementos arquitectónicos de contemplación, las fachadas de los mas importantes edificios del centro histórico de Caracas, han sido remozadas, lo cual es diferente a decir restauradas, pero presentan hoy día una nueva cara, y son un paseo de disfrute y contemplación, que debemos permitirnos tener -el Correo de Carmelitas, la Catedral, la Casa Amarilla, el Palacio de las Academias, por nombrar algunas. De igual manera el casco histórico de Petare con la reciente restauración de la iglesia y sus alrededores es un destino de contemplación que sale de nuestros recorridos habituales y que nos dará una grata sorpresa. No todo lo moderno y antiguo es lo único disfrutable arquitectónicamente hablando de la ciudad, ahora tenemos la oportunidad, aquí cerca, de caminar por aceras nobles y permisivas, liberadas de obstáculos, acondicionadas con bancos y mobiliario urbano, como la Av. Francisco de Miranda y el boulevard de Sabana Grande. Esta plaza y esta biblioteca son espacios públicos, que con el Centro Cultural Chacao y el Teatro nos sirven de lugares de esparcimiento y de disfrute arquitectónico. Los invito a deleitarse también en el Mercado de Chacao, a que como dice Federico Vegas “se les haga agua la boca ante un buen edificio”. Sí, sé y reconozco que a veces este manojo de virtudes que relato acá se ve opacada por situaciones particulares que empañan por algunos instantes y solo en específicos lugares disfrutar de la ciudad. Les invito a hacer uso de la paciencia, a atreverse a contemplar, a despertar sus sentidos y su capacidad de sorprenderse gratamente con pequeños guiños, a emocionarse con mirar las guacamayas, regresar puntuales en la tarde al Parque del Este, mientras se está atascado en el tráfico de la ciudad. Lo que esperamos es que el saborear la ciudad se convierta en un goce y un disfrute, un motivo de contemplación pero sobre todo de diversión. Una de las cosas que hace que la ciudad que vivimos sea más amable, es el modo como nos acercamos a ella y la vivimos. "Las Ciudades están vivas. Las urbes pueden vivir malas épocas, pero siempre habrá mejores momentos. Por eso soy un optimista. Lo puedo decir yo que tengo 100 años. Caracas es una Ciudad extraordinaria por su clima, su luz, su vegetación exuberante, ubicada además frente al Caribe. En esta Ciudad de un borde de acera mojado y al ras del asfalto nace una planta y florece, entonces, ¿Cómo no ser Optimista?" Arq. Arthur Kahn (+) al cumplir 100 años de edad (2010)

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