Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

Espero lo disfruten

18.11.06

Se solicita fantasía


La brocha llena de una espesa pintura roja, cae sobre el suelo. Las gotas que salpican logran manchar los muebles cercanos en los que se observan otras tantas capas de color. Se escucha el sonido del teléfono, lo observa repicar pero no le atiende. Ante sus ojos percibe como se le transforma en langosta de largas tenazas, que amenaza con penetrar profundamente en su oído. La sangre salpicada por todo el taller se mezcla con el óleo. Se ríe a carcajadas frente al lienzo, mientras expone sus muñecas y aprieta los antebrazos para obtener más pigmento.

Llegada la hora y los relojes que anuncian casi las seis, están derritiéndose y doblándose. Han venido por ella. La puerta de la habitación se abre y entra una suave brisa caliente de verano, con olor a lluvia y a grama mojada. Tras la ventana se observa un árido desierto naranja con un cielo muy azul, salpicado de sangre.


A las puertas del centro comercial y puntualmente a las ocho de la noche, él la espera en el carro a que salga de la peluquería donde trabaja como manicurista. Deben pasar buscando a los niños en casa de su suegra él se lleva una contabilidad pendiente, para trabajar un rato al llegar a casa. La rutina diaria es completamente abrumadora: levantarse a las cinco y media, alistar las cuatro loncheras; llegar al colegio antes de las siete, porque si no hay que ver que se hace con los chamos; trabajar toda la mañana, él sacando cuentas ajenas y ella decorando uñas acrílicas; almorzar recalentado del microondas después de media hora de espera por el aparato; seguir trabajando toda la tarde en la misma cosa, mientras se controla telefónicamente que todo esté en orden; encontrarse en la noche, hacer la cena, revisar las tareas; obligar a los chamos a acostarse; leer un rato y a dormir.


La mañana parece tranquila. Ha llegado una nueva joven. Pobre, posee esa mirada perdida de los desamparados. Parece que no tiene idea de a donde la han traído, ni siquiera levanta la mirada de las piedritas de colores del suelo. Algunos de mis compañeros la ayudan a subir las escaleras de la entrada, el chofer les hace entrega de un pequeño maletín de madera y del coche bajan un gran paquete envuelto en papel marrón de embalaje.

Aún no sé porque la trajeron aquí pero tampoco debería importarme, la mejor manera de no involucrarse: es ignorar lo más posible cualquier cosa acerca de ellos. Total, vienen y van de acuerdo a un extraño patrón que a veces los hace volver y otras jamás lo hacen. Es difícil determinar cuando tiempo estarán aquí, el porqué, casi siempre es el mismo.

Los días transcurren sin ningún cambio. Levantarlos, ayudarlos a asearse, obligarlos a comer, hacer que paren de comer, asearlos nuevamente, llevarlos de la mano a dar una vuelta por el jardín, otra vez a comer, medicarlos y dormirlos.

Solo ella parece no saber que está aquí. Con sus intensos ojos azules de mirada perdida, con esa bata decorada de óleo y carbón, que insiste en no quitarse y que parece deja entreabierta para que se vean sus suaves y redondos senos. A cada rato mueve su lacia y rubia cabellera de lado a lado con las manos, y se escudriña las uñas con frenesí.

Le han asignado a mi piso, y le fue habilitado el cuarto del fondo como taller. Dicen que es pintora, pero que se le permitirá estar frente a sus cuadros solo por dos horas al día, al parecer luego de ese tiempo debe descansar, descansar mucho.

Cada vez que entro a su cuarto me pregunta si ya es hora, es lo único que quiere saber, no le importa si la llevo a comer o a asearse, solo me pregunta si la llevaré al cuarto del fondo. Tiene una voz suave y pausada, me implora que la lleve, que me pagará si la dejo estar allí más tiempo. Dice que tiene preparar una exposición y que debe terminar al menos un cuadro a la semana mientras está allí. También me dice, que si pierde la comunicación con su inspirador no podrá pintar jamás. Que él le está pidiendo que pinte ahora y que no deje de pintar. Me dice que lo escuche, que si dejo de respirar tan fuerte lo podré escuchar.

Hago caso omiso de sus palabras, imaginarme atendiendo peticiones de esta gente y de seguro término aquí con ellos, compartiendo vasitos con cócteles de pepitas de colores.

Después de varios días le está permitido ir al cuarto del fondo, de alguna manera logró convencer al doctor que la deje estar allí antes de lo previsto. Me asomo por la ventanilla de la puerta y la observo sentada en la cama mirando fijamente la manilla, parece desesperada porque mueve su pie de arriba a abajo sobre los dedos, pero finge estar tranquila, esta vez se dejo bañar y le han peinado el cabello. Cuando abro la puerta se levanta con suavidad y me dice con determinación que vayamos al taller. Le asiento con la cabeza y sin dirigirle palabra la guió hacia el cuarto del fondo, ese que está justo enfrente de su habitación, pero al final del largo pasillo.

Al entrar allí, respira profundamente y al ver el lienzo en blanco me pregunta qué donde esta su obra de la ventana, le contesto que no la he visto, que debe empezar de nuevo sobre ese lienzo en blanco. Me solicita que abra el paquete marrón y que saque de él un lienzo más en blanco y el fulano cuadro de la ventana.

Ella dibuja una y otra vez las blandas escenas en las que las curvas y las figuras choreadas son protagonistas. Mientras habla sola frente al lienzo le implora que la posea y que la vuelva suya. Dibuja un gran falo, gigante, grueso tan grande que no puede sostenerse solo, su dueño un pequeño gran hombre. Ella se diluye en los bajos deseos de sentirse poseída, se autosodomiza por los cuerpos de su propia castidad, rodeada de penes, de figuras fálicas que pretenden penetrarla. Y ella lo desea con toda su piel, que poco a poco se va enrojeciendo. Parada de espaldas mira la única ventana. Es fascinante ver como toca su cuerpo mientras acerca su oído a la pintura, se aleja y da unos brochazos, y sigue tocándose. Su piel vuelve a erizarse y levanta la bata dejandome ver sus torneados muslos.

Toca vigorosamente su cuerpo. Frenéticamente araña su propia espalda desplazando sus manos por los brazos, es como si se desvistiera con furia y alocada pasión.

Ahora ríe a carcajadas, no puede parar de reírse. Se mueve de una manera especial, acercándose y alejándose, hay veces en la que se aproxima para pintar y otras para escuchar y reírse. Se ríe sola y le dice algo y sigue sonriendo. Pretenciosamente muerde las puntas de los pinceles con mirada seductora se adosa y da algunos toques al lienzo. Y yo, que de brazos cruzados, debo permanecer inmóvil hasta que haga algo con lo que pueda lastimarse. Secretamente admirándola en su solitario e inofensivo baile.

Los grandes elefantes empiezan a caminar sobre esas esqueléticas patas y hacia ella los tigres de bengala que pretenden devorarla y poseerla, mientras la mujer en reposada pose de éxtasis, descansa. Grita con una mezcla de placer y desesperación, jadea y esta completamente sudada. A la fuerza la obligamos a detener su sesión de hoy y la sacamos del taller llevándola entre dos a su cuarto. Su cuerpo húmedo y resbaladizo es aún más apetecible. La bulla ha perturbado a los demás y la situación se ha vuelto extraña. Todos salen de sus habitaciones aplaudiéndola a su paso.

Los calmantes le han hecho efecto, reposa plácida en la cama con un rostro angelical e inofensivo. Provoca acercarse y besar la boca carmín que entreabre para roncar. Sus labios se separan lo suficiente como para que mi lengua entre y saboree sus encías y su paladar. Se despierta y como en una especie de duermevela me pide que la posea, que hace tiempo me esperaba, y pasa sus suaves manos por mi cabellera, me aprieta entrelazando sus muslos a mi cintura y comienza a besarme con pasión.


Antes de apagar la luz de la mesa de noche y con un despectivo gesto, ella mira por encima del hombro de él y observa que nuevamente se ha quedado dormido babeando el aburrido “Tratado de psicología”. Según ella, su libro “Mi vida secreta” es mejor texto. Y así pasan las noches, unas tras otras, silentes cada uno a un lado de la cama, fantaseándose e imaginándose; deseados, deseosos, amantes, amigos y cómplices, pero realmente demasiado lejanos y distantes.

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