Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

Espero lo disfruten

18.11.06

De Lila y de noche

A las cinco debe cerrar la galería. Hoy ha sido un día bastante agitado trajeron esos extraños cuadros de un famoso artista y comenzó el montaje. Un poco antes de realizar mi última ronda, ha entrado una cliente que solicito hablar con el dueño, dijo que no estaba apurada y que lo esperaría hasta que llegará. Que ya se habían comunicado vía telefónica y que él vendría pronto.

Me pareció muy curiosa su forma de vestir, parece sacada de otra época, varios años antes pero igual época moderna. El vestido de organza, combinaba exactamente con su amplio sombrero de ala ancha, zapatos de tacón alto cerrados y una diminuta cartera. Todo de un color violeta muy brillante que contrastaba notablemente con lo blanco de sus piernas y lo que alcance a ver de su rostro. Hablaba de manera muy pausada y con un particular acento, no logro determinar si era francés o de otra lengua. Le costaba pronunciar las erres, y todas las eses eran más largas de lo usual, sobretodo en estas latitudes que solemos omitirlas.

Caminó en una primera vuelta toda la galería con mirada desinteresada por las salas, hasta que llegó a donde será la nueva exposición, allí se detuvo. Observaba cada cuadro con minucioso detenimiento. Una y otra vez se acercaba y se alejaba de ellos como atada a un hilo de goma que la obligaba a rebotar del lienzo. Yo la veo a través del circuito cerrado, para no molestarla y así descansar un poco las piernas. Eso de estar parado todo el día cada vez afecta más mis fuerzas.

Suena el teléfono y es el señor Manuel quien me advierte que está en un tráfico y que demorará en llegar. Que a lo mejor un cliente importante vendrá y que lo deje entrar. Le comento de la dama de morado que lo espera, pero parece no entender que ella ya llegó y que lo está esperando. Me trancó antes de que pudiera terminar mi explicación.

Vuelvo la vista a los monitores del circuito cerrado y no la veo en la sala dos. Busco en las demás salas y tampoco la consigo. Debe ser que se fue, pienso relajando mis pies sobre el escritorio. Al pasar de algunos minutos recuerdo que cerré la puerta justo cuando ella entró y que salir de la galería le fue imposible. Con un dejo de fastidio y obligación enfundo mis zapatos y me dispongo infructuosamente a buscarla.

Es una situación muy extraña, ya he chequiado todas las salas y la dama no está en la galería. Reviso la puerta principal y está cerrada con llave. Justo cuando me aproximo al cuarto de marquetería del fondo, siento una brisa fría que anuncia que la puerta de atrás puede estar abierta. El cuarto de marquetería se comunica con un patio de ventilación. Al llegar allí me percato que en efecto la puerta trasera está abierta, enciendo la luz del patio puesto que ya ha empezado a oscurecer y con esas altas paredes no se observa bien. Todo está como siempre en su adecuado lugar. La dama tampoco se encuentra aquí.

Ya un poco fastidiado de dar vueltas por la galería en búsqueda de la señora, me dispongo a preparar el café que me acompañará en la larga noche de vigilia. Cuando suena el teléfono, el señor Manuel del otro lado de la línea me indica que ya no vendrá, que la cola está imposible y se despide.

Aún no entiendo que pudo haberse hecho la dama, pero todo está en orden. He revisado el listín de las obras expuestas y del depósito y las piezas están completas. Las puertas cerradas. El televisor espera por estos ojos para embrutecer un tanto más mi cerebro. Mañana terminarán el montaje.

A la mañana siguiente, el artista ha llegado para continuar con su trabajo. Al rato lo veo conversar acaloradamente con el señor Manuel, el joven le reclama que los cuadros están pisados y una figura ha aparecido en una de sus piezas: alguien ha dibujado perfectamente una mujer con sobrero lila en su obra maestra.

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