Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

Espero lo disfruten

18.11.06

Letrero amarillo

Segundo asiento, escasas cinco personas muy distantes entre sí, parece muy vacío. El tiempo tiende a sentirse paralizado, el espacio no. Delante de mí el señor gordo de camisa blanca conversa con cierto aire de furia, agitas sus grandes brazos con tanta fuerza que el respaldar tambalea, por lo que cruzar las piernas hacia el pasillo es buena opción. No vaya a ser que la oscura e inmensa humanidad de este señor caiga sobre mí, aplastándome muy probablemente.

El joven de la puerta, de muy pequeña estatura, asiente con la cabeza todas las enérgicas afirmaciones del robusto hombre. Pareciera que tiene el temor de que alguno de los manotones caiga sobre él.

Como autómata el jovencito, de cabellos rizados y muy pegados, deja entrar a los que le solicitan paso y que previamente confirman estar entrando al lugar esperado. Todos los que vienen son recibidos por él. Al ver una pareja correr el joven de la puerta anuncia: -Vienen mil ochocientos, espera. Luego de pocos instantes dos sudorosos dan las buenas tardes y buscan un lugar. Es de asombrarse que de las seis personas que entraron antes ninguna había tenido la educación de saludar.

De manera sucesiva y cada cierto periodo van entrando más personas de a grupos, como si esperaran juntas en un mismo lugar y al entrar aquí cada quien toma un puesto, preferiblemente si está solo por los cuatro costados. Mejor si voy solo y no debo compartir el escaso asiento. Mejor si me coloco en el del pasillo y dejo la ventana vacía, así garantizo que nadie se sentará a mi lado a menos que esto esté completamente lleno.

Al volver la vista, observo que ya somos como quince. Parece ser un buen negocio, no han pasado cinco minutos y este local esta tomando auge. Lo variopinto de la concurrencia no es impedimento para que estemos todos juntos. Nadie habla entre sí, el ruido es solo – por su puesto- un reegueton bastante conocido que algunos osan tararear, mientras otros dan palmaditas a la barandilla con sus manos.

El portero da paso a una señora algo mayor que se impulsa con las manos sobre las puertas. Observo una muy desgastada pintura de uñas color fuscia -se ve horrible-, hay algunos dedos bastantes desconchados que soportan una gran bolsa de cuadros. Al pasar a mi lado despierta antiguos recuerdos olfativos: toda ella huele a guiso, a fritanga, a humo, seguramente será la cocinera de algún local cercano.

Suena un ringtone -aún me sorprende la “música” que algunos ponen en sus teléfonos. - Aló…sí ya estoy en camino, voy llegando, por favor espera un momento o dile a Marcia que me espere abajo… si está bien, ok, chao. Y todos la observábamos como esperando respuesta.

Miro por la ventana que está más cercana a mí, y la gente en la calle parece salir por manadas de las oficinas. Van en grupos y conversan. Veo a algunos descuidados que son azuzados por sus compañeros a cruzar la calle, otros más con loncheras en sus hombros. Hay un local que debe ser muy bueno: la cola en su puerta notablemente anuncia un lugar bueno-bonito-barato, pero el más solicitado de todos parece ser un banco, sí, un banco, uno de esos nuevos de concreto con barandas de acero inoxidable –que los lateros aún no descubren. Allí en ese banco ubicado entre un kiosco y una parada, en plena avenida un grupo de mujeres comparten la comida, algunas con sus respectivos potecitos plásticos, otras parecen tener hamburguesas o sándwiches, lo cierto es que conversan como si estuvieran en la feria de cualquier afamado centro comercial cercano.

Ahora hay muy pocos asientos vacíos, las personas han rotado y cambiado sus rostros por otros nuevos, renovados, diferentes. Por supuesto los jóvenes con el paquete grande se van cuando el semáforo está en rojo y nos encontramos ubicados en el canal del medio. El semáforo cambia y ellos aun no han terminado de bajar. Suena una justificada pero atorrante corneta.

Al ver al señor del frente, con una gigantesca paca de billetes de a mil en muy mal estado, que seguramente está afanado por cambiar, la pregunta de cuanto debo pagar viene a mi mente, trato de hurgar en el bolso por algunas monedas. Encuentro dos fuertes y presumo que esto será suficiente para cancelar el viaje, que inusualmente realicé en un autobús de Chacao a El Recreo.

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