Asomados estamos

Este espacio se manifiesta como un laboratorio de reflexión, personal y profesional de mi cotidianidad, que les ofrezco para su entretenimiento.

Espero lo disfruten

18.11.06

Mis personajes

Ella I

Se escucha el sonido del agua caer, tras la ventana empañada se devela un delgado dedo dibujando un pequeño corazón, casi al instante la misma palma con yemas arrugadas desaparece el anterior dibujo, un gesto rápido lleno de desesperación que culmina en un vano arañazo rechinando en el vidrio.

La bata azul cobija un blanco y delgado cuerpo, esbelto, de escasa curvas pero bastante proporcionado, piernas largas muy bien depiladas, sobre la cabeza un turbante de paño color azul intenso que hace juego con unos profundos ojos de mirada perdida. Camina descalza por el salón, pausadamente abre el refrigerador y saca un pequeño plato con frescas fresas de un rojo intenso, las lleva consigo al ventanal, desde donde observa que afuera, también llueve, una a una son delicadamente devoradas por esos labios carnosos con perfectos y blancos dientes, como si al comerlas se saciara un hambre intensa pero educada. Abre la puerta del balcón y sus manos se apoyan fuertemente sobre la baranda, apretándola con tanta fuerza que pareciera se escucha el crujir del metal entre sus dedos, el turbante empieza a aflojarse y con un suave movimiento en el cuello ella apresura su caída, una roja y rizada cabellera se descubre, luego casi por instinto, libera delicadamente el nudo que sujeta su bata y se queda completamente desnuda, recibiendo el rocío de una llovizna que está tanto dentro como fuera de su templo.

El ring del teléfono ha interrumpido tan mágica relajación, extrañada por el sonido se apresura en atender, su cabello, ahora gotea lluvia sobre los muebles de cuero blanco del salón. Aló?. Lo estamos llamando del servicio de conexión telefónica, para informarle que usted posee una factura vencida desde hace seis días, por el monto… cuelga inmediatamente y atraviesa el salón de nuevo a la habitación, donde se lanza sobre la amplia cama de suaves y almidonadas sabanas color vino, reposa unos instantes disfrutando de la inmensidad del blanco techo, ladea su rostro para observar el reloj digital de aluminio que acompaña a la lámpara y el libro en la mesa de noche, seis treinta de la tarde.

Comienza su calmada rutina de acicalamiento, se incorpora en la cama para buscar en la otra mesita la pintura rojo quemado que utilizará sobre las uñas de sus blancos y pequeños pies. Luego de mimar cada parte de su cuerpo con crema hidratante, se coloca frente al vestier, pasa y saca uno a uno los vestidos cóctel: estampado, floreado, cuadros, rayas, rojo, rosa, azul intenso, azul claro, verde botella, gris, blanco y finalmente toma el negro, ese con el escote bien pronunciado de tela translucida y vaporosa. Ahora frente al espejo lo deja deslizar sobre su cuerpo desnudo, las manos con uñas rojas, acarician y dirigen el traje hasta su correcta ubicación, una breve sacudida en los rizos rojos los colocan en el lugar adecuado, usa muy poco maquillaje, solamente delinea con un rosa apagado sus labios y coloca un brillo empalagoso que mas bien parece miel, rimel sobre sus pestañas, perfuma cuidadosamente todos los pliegues de su cuerpo, calza las sandalias y ajusta las tiras tras sus tobillos, escoge un pequeño bolso en el que introduce algo de dinero y las llaves.

Él II

Las burbujas suben con una lenta pero constante precisión, la planta marrón se mueve lentamente, un pez naranja de cara deforme atraviesa con su zigzagueante movimiento, el cristal refleja un rostro cansado cargado con el paso de varias noches en vela, las bolsas arrugadas de sus ojos poseen ese color púrpura intenso de los desvalidos, el rostro con una barba mal trecha de muchos días, cuando de pronto y de un fuerte cabezazo, el hogar de los peces se ha destruido, el pequeño pez naranja chapotea por su vida entre un río de lavada roja sangre y cristales fracturados.

A punto de ser subido a la ambulancia y amarrado a la camilla, está aturdido por el exceso de calmantes y la fuerte contusión, sin embargo observa en medio de la duermevela, tres conocidos rostros que preocupados, sostienen sus quijadas con las manos entrecruzadas, se cierra la puerta y se apaga la luz interna, dejándolo en un profundo y necesitado sueño reparador.

Ella III

Seductoramente sentada en la barra, con las piernas cruzadas que premeditadamente asoman un muslo pecoso, saca un cigarrillo, casi al instante el mesonero que se pasea a su lado le acerca el fuego, da una larga y fuerte bocanada que se consume rápidamente, el barman le sirve su trago. El hombre mayor de traje y corbata de su izquierda, campanea un güisqui, se asombra de la mujer, quien no ha pronunciado palabra alguna, y de la pronta atención de los mesoneros hacia ella, con un gesto torpe la saluda con intenciones de empezar una conversación, a lo que ella responde sorbiendo sonoramente del vaso aún en la barra con una evidente indiferencia.

Solicita al barman susurrándole al oído, para lo que se inclina sobre la barra develando con desparpajo unos glúteos bien formados forrados por su ligero vestido, que cambien el la música que hasta ahora escuchan, inmediatamente se acerca a ella un maestre, quien ante su petición acierta cuidadosamente con un movimiento de cabeza. Cambia la pista y un set de música brasilera ameniza la velada.

El IV

Sus manos tatuadas, las uñas oscuramente pitadas de un azul eléctrico intenso, los brazos delgados y de mediana musculatura trabajando sobre la desgastada máquina Singer de coser hacen remembranza en mi memoria de la imagen del asesino del Silencio de los Inocentes, su suave voz narrando la actualidad con una notoria sensibilidad propia del artista, convierte la grotesca escena de su taller que tiene su trabajo grafico de fondo a medio desmontar, en una fantasía de exquisita riqueza visual. Hay que ser sensible para descubrir la bondad y sinceridad que se alberga en él.

Martine

Cada mañana se para en el pide cola de la zona donde vive, con el cabello aún escurriendo algunas espesas gotas de acondicionador sin enguaje, se dirige a su lugar de trabajo, el tiempo parece menos del necesario, pero logra montarse en un carro que le proporciona un apropiado aventón hasta El Rosal.

Discute amenamente con el conductor, mientras escuchan las noticias del día, siempre es mejor opción oírlas en la radio que leer la prensa diaria, además esto le da la oportunidad de llegar informada, con aires de oficiosa madrugadora, interesada en el acontecer nacional e internacional.

Su trato es cordial y servicial con sus compañeros de labores, no es que le encante ser la asistente de un diseñador grafico con menos experiencia que ella, pero al aceptar el empleo sentía que era una buena oportunidad, en una agencia que empezaba a crecer.

El trabajar allí, le da la ocasión de vestir libremente, sin restricciones de estilo, lo que aprovecha para lucir su singular guardarropa día a día, sintiéndose como la sensación del lugar.

Un día puede aparecer con oscuras medias pantys a rayas, verdes y negras, sobre las que lleva una diminuta falda de paño, en su torso, un cuello de tortuga negro bajo la camiseta verde perico, con una frase grosera en ingles, bufanda que hace juego con las medias y un grandísimo sobretodo oscuro. Todo esto para resaltar el look londinense que el aire acondicionado de la oficina le obliga a llevar. Además, por ser bastante friolenta, en su puesto siempre hay algún sombrero que pueda proteger después de seco, el liso cabello negro y rosa, bastante chamusqueado por los interminables tintes.

Su rostro tiene un aspecto lavado, digamos que natural, sin embargo invirtió un largo lapso de tiempo de la mañana para dejarlo así, detrás de la naturalidad hay decenas de capas de base, polvo, colorete, sombras, delineadores, rimel, brillos de labios, etc, que complementan el adorno de los piercing que le atraviesan la nariz y la ceja derecha.

Siempre detesto sus grandes orejas, pero desde hace un tiempo a esta parte, tomo la decisión de perforar un huequito dedicándolo a cada uno de los hombres que han pasado entre sus piernas, pareciera que en algún momento no le cabrán más zarcillos, en los ya bastantes adornados lóbulos.

Para almorzar le es complicado encontrar donde hacerlo, un poco cansada de la sazón de aquella señora a quien le encarga su vegetariano almuerzo, sale en búsqueda de algún restaurancito natural, donde consiga a buen precio, su particular y estricta dieta, ella no come cadáveres. Solo grama como le dicen sus compañeros.

Realmente no ha creado amistades con ellos, ella piensa que tienen pocas cosas en común. Los que considera sus amigos se remiten solo, a los excompañeros de las clases de arte o algún vecino de su calle. Sin embargo es una chica bastante popular, cuando sale a algún evento pasa horas saludando y conversando con los asistentes, que se le acercan, hablan de banalidades de moda, cuentos o chismes, nada profundo que realmente le interese.

Siempre va a fiestar en la semana, le gustan las discotecas donde la música electrónica mueve su cuerpo hasta el amanecer, ayudado claro, de algún aditivo especial, nada sano. Procura asistir a algún acogedor predespacho antes de la fiesta, donde pueda animarse sin muchas complicaciones, de preferencia, asiste a ese bar donde saben prepararle lo que le gusta: el rusonegro o el ron tonic, ambos por supuesto con cereza. Se sienta en la mesa desde donde se ve la puerta, enciende un cigarrillo, cruza sus largas piernas y con la mirada oculta tras las grandes gafas oscuras, espera sola el arribo del mesonero, quien después de escasos minutos llega con las bebidas, toma una de ellas y ordena una creppe de jojoto, para proteger el delicado estomago de los posibles embates en una larga noche de excesos. En el baño del bar, toma su tiempo para cambiar la naturalidad de su rostro, a un darktesco negro azulado, que procura hacerle énfasis a sus amielados ojos.

A las fiestas nunca va sola, siempre habrá quien le sirva de guardaespaldas y la proteja hasta de si misma, algún admirador que no sabe aún de sus preferencias sexuales o un buen amigo siempre cómplice y dispuesto a acompañarla.

Contamina su cuerpo hasta que en cierto momento la prudencia se asoma levemente y la hace desparecer del lugar. Ella camina por las oscuras calles de Caracas, ya que prefiere andar sobre sus gigantes plataformas de goma, que intentar montarse en transporte público, a veces, solo a veces le preocupa andar sola al amanecer por esta ciudad, en el regreso a su casa.

La Mirada

Lleva esa actitud descarada, desvergonzada con mirada ingenua pero a la vez retadora, sus brazos abiertos sin vergüenza me sugieren o me invitan a fijar la vista en ese peludo pubis, en lo torneado de sus piernas, en el claro de su figura, lo demás está oscuro; Es imaginarme a la fulana, entrar en una iglesia completamente envainada en su peludo saco y abrirlo en medio de la misa frente a las doñas y seduciendo al cura, es pensarla sobre la mesa de un fino restaurante haciendo ridículos bailes sobre algún viejo adinerado; ella tan moza, tan maquillada, tan arreglada, vestida solo de zapatos, cartera y reloj, ¿es que acaso se cree muy elegante?. Parece que si, que le encanta estar desvestida bajo el saco, ella que es fantasía de muchos y deseo de otros tantos, ella que sin pena se muestra toda, sin dejar absolutamente nada a la imaginación.

Ahora pienso, y la veo inmersa en una miseria de alma que se esconde dentro de tanta desfachatez, una tristeza de corazón que la despluma, un despecho de amor que la lleva a actuar como ella no desea actuar, que le hace ser quien no es, mintiéndose a cada instante, diciéndose a si misma que está bien como luce, sabiéndose falsa, sabiéndose una gran mentira pero asumiendo su escogido rol, sinceramente desea no toparse con nadie, pero sabe que el encuentro es inevitable.

Y allá va sigue su camino sin sospechar que desde aquí, desde esta mirada ajena se le he enjuiciado severamente… digamos que porque no: con cierta envidia.

Y ella sintió con escalofríos en el cuerpo, la mirada seductora de otra mujer.

La Amante

El sonido de la puerta principal, nos sorprendió. Jamás imaginamos que llegaría días antes de lo previsto de su viaje por Paris, al escuchar los pasos subiendo por la escalera buscamos prontamente donde esconderme pero fue inútil, ya sabía que Yo estaba allí. Bruscamente abrió la puerta para capturarnos in flagranti sobre su lecho matrimonial. Arrebatada de rabia e ira lo golpeo fuertemente mientras profanaba grotescos insultos, en ese momento justo cuando me disponía a huir coincidimos la vista, su mirada acusadora, sus ojos enrojecidos me asustaron profundamente, no encontraba donde guardar mi cobardía. Logré escapar de la embarazosa situación cuando él la llamaba por su nombre pretendiendo explicar lo inexplicable, se distrajo de mí para continuar con su arrebato de furia contra él. Baje corriendo las escaleras y en el vestíbulo me encontré con mi cartera, sobre sus maletas ese peludo y caro abrigo que traía de su viaje, lo coloque sobre mis hombros y salí de la casa.

Ahora me encuentro sola, caminando por la calle cubierta con este lindo abrigo de visón que viste suavemente mi desnudez, reflexionando la situación agradezco que para él sea un gran fetiche poseerme con mis zapatos, no he perdido nada: tengo mi cartera, mi rolex y su abrigo. Caminaré por mi calle -donde él me recogió-, esta vez abriré mi nuevo abrigo con la esperanza de encontrar otro buen cliente con quien terminar y redondear la jornada de hoy, a ese viejo rico con el susto, no le dio tiempo de pagar.

Se solicita fantasía


La brocha llena de una espesa pintura roja, cae sobre el suelo. Las gotas que salpican logran manchar los muebles cercanos en los que se observan otras tantas capas de color. Se escucha el sonido del teléfono, lo observa repicar pero no le atiende. Ante sus ojos percibe como se le transforma en langosta de largas tenazas, que amenaza con penetrar profundamente en su oído. La sangre salpicada por todo el taller se mezcla con el óleo. Se ríe a carcajadas frente al lienzo, mientras expone sus muñecas y aprieta los antebrazos para obtener más pigmento.

Llegada la hora y los relojes que anuncian casi las seis, están derritiéndose y doblándose. Han venido por ella. La puerta de la habitación se abre y entra una suave brisa caliente de verano, con olor a lluvia y a grama mojada. Tras la ventana se observa un árido desierto naranja con un cielo muy azul, salpicado de sangre.


A las puertas del centro comercial y puntualmente a las ocho de la noche, él la espera en el carro a que salga de la peluquería donde trabaja como manicurista. Deben pasar buscando a los niños en casa de su suegra él se lleva una contabilidad pendiente, para trabajar un rato al llegar a casa. La rutina diaria es completamente abrumadora: levantarse a las cinco y media, alistar las cuatro loncheras; llegar al colegio antes de las siete, porque si no hay que ver que se hace con los chamos; trabajar toda la mañana, él sacando cuentas ajenas y ella decorando uñas acrílicas; almorzar recalentado del microondas después de media hora de espera por el aparato; seguir trabajando toda la tarde en la misma cosa, mientras se controla telefónicamente que todo esté en orden; encontrarse en la noche, hacer la cena, revisar las tareas; obligar a los chamos a acostarse; leer un rato y a dormir.


La mañana parece tranquila. Ha llegado una nueva joven. Pobre, posee esa mirada perdida de los desamparados. Parece que no tiene idea de a donde la han traído, ni siquiera levanta la mirada de las piedritas de colores del suelo. Algunos de mis compañeros la ayudan a subir las escaleras de la entrada, el chofer les hace entrega de un pequeño maletín de madera y del coche bajan un gran paquete envuelto en papel marrón de embalaje.

Aún no sé porque la trajeron aquí pero tampoco debería importarme, la mejor manera de no involucrarse: es ignorar lo más posible cualquier cosa acerca de ellos. Total, vienen y van de acuerdo a un extraño patrón que a veces los hace volver y otras jamás lo hacen. Es difícil determinar cuando tiempo estarán aquí, el porqué, casi siempre es el mismo.

Los días transcurren sin ningún cambio. Levantarlos, ayudarlos a asearse, obligarlos a comer, hacer que paren de comer, asearlos nuevamente, llevarlos de la mano a dar una vuelta por el jardín, otra vez a comer, medicarlos y dormirlos.

Solo ella parece no saber que está aquí. Con sus intensos ojos azules de mirada perdida, con esa bata decorada de óleo y carbón, que insiste en no quitarse y que parece deja entreabierta para que se vean sus suaves y redondos senos. A cada rato mueve su lacia y rubia cabellera de lado a lado con las manos, y se escudriña las uñas con frenesí.

Le han asignado a mi piso, y le fue habilitado el cuarto del fondo como taller. Dicen que es pintora, pero que se le permitirá estar frente a sus cuadros solo por dos horas al día, al parecer luego de ese tiempo debe descansar, descansar mucho.

Cada vez que entro a su cuarto me pregunta si ya es hora, es lo único que quiere saber, no le importa si la llevo a comer o a asearse, solo me pregunta si la llevaré al cuarto del fondo. Tiene una voz suave y pausada, me implora que la lleve, que me pagará si la dejo estar allí más tiempo. Dice que tiene preparar una exposición y que debe terminar al menos un cuadro a la semana mientras está allí. También me dice, que si pierde la comunicación con su inspirador no podrá pintar jamás. Que él le está pidiendo que pinte ahora y que no deje de pintar. Me dice que lo escuche, que si dejo de respirar tan fuerte lo podré escuchar.

Hago caso omiso de sus palabras, imaginarme atendiendo peticiones de esta gente y de seguro término aquí con ellos, compartiendo vasitos con cócteles de pepitas de colores.

Después de varios días le está permitido ir al cuarto del fondo, de alguna manera logró convencer al doctor que la deje estar allí antes de lo previsto. Me asomo por la ventanilla de la puerta y la observo sentada en la cama mirando fijamente la manilla, parece desesperada porque mueve su pie de arriba a abajo sobre los dedos, pero finge estar tranquila, esta vez se dejo bañar y le han peinado el cabello. Cuando abro la puerta se levanta con suavidad y me dice con determinación que vayamos al taller. Le asiento con la cabeza y sin dirigirle palabra la guió hacia el cuarto del fondo, ese que está justo enfrente de su habitación, pero al final del largo pasillo.

Al entrar allí, respira profundamente y al ver el lienzo en blanco me pregunta qué donde esta su obra de la ventana, le contesto que no la he visto, que debe empezar de nuevo sobre ese lienzo en blanco. Me solicita que abra el paquete marrón y que saque de él un lienzo más en blanco y el fulano cuadro de la ventana.

Ella dibuja una y otra vez las blandas escenas en las que las curvas y las figuras choreadas son protagonistas. Mientras habla sola frente al lienzo le implora que la posea y que la vuelva suya. Dibuja un gran falo, gigante, grueso tan grande que no puede sostenerse solo, su dueño un pequeño gran hombre. Ella se diluye en los bajos deseos de sentirse poseída, se autosodomiza por los cuerpos de su propia castidad, rodeada de penes, de figuras fálicas que pretenden penetrarla. Y ella lo desea con toda su piel, que poco a poco se va enrojeciendo. Parada de espaldas mira la única ventana. Es fascinante ver como toca su cuerpo mientras acerca su oído a la pintura, se aleja y da unos brochazos, y sigue tocándose. Su piel vuelve a erizarse y levanta la bata dejandome ver sus torneados muslos.

Toca vigorosamente su cuerpo. Frenéticamente araña su propia espalda desplazando sus manos por los brazos, es como si se desvistiera con furia y alocada pasión.

Ahora ríe a carcajadas, no puede parar de reírse. Se mueve de una manera especial, acercándose y alejándose, hay veces en la que se aproxima para pintar y otras para escuchar y reírse. Se ríe sola y le dice algo y sigue sonriendo. Pretenciosamente muerde las puntas de los pinceles con mirada seductora se adosa y da algunos toques al lienzo. Y yo, que de brazos cruzados, debo permanecer inmóvil hasta que haga algo con lo que pueda lastimarse. Secretamente admirándola en su solitario e inofensivo baile.

Los grandes elefantes empiezan a caminar sobre esas esqueléticas patas y hacia ella los tigres de bengala que pretenden devorarla y poseerla, mientras la mujer en reposada pose de éxtasis, descansa. Grita con una mezcla de placer y desesperación, jadea y esta completamente sudada. A la fuerza la obligamos a detener su sesión de hoy y la sacamos del taller llevándola entre dos a su cuarto. Su cuerpo húmedo y resbaladizo es aún más apetecible. La bulla ha perturbado a los demás y la situación se ha vuelto extraña. Todos salen de sus habitaciones aplaudiéndola a su paso.

Los calmantes le han hecho efecto, reposa plácida en la cama con un rostro angelical e inofensivo. Provoca acercarse y besar la boca carmín que entreabre para roncar. Sus labios se separan lo suficiente como para que mi lengua entre y saboree sus encías y su paladar. Se despierta y como en una especie de duermevela me pide que la posea, que hace tiempo me esperaba, y pasa sus suaves manos por mi cabellera, me aprieta entrelazando sus muslos a mi cintura y comienza a besarme con pasión.


Antes de apagar la luz de la mesa de noche y con un despectivo gesto, ella mira por encima del hombro de él y observa que nuevamente se ha quedado dormido babeando el aburrido “Tratado de psicología”. Según ella, su libro “Mi vida secreta” es mejor texto. Y así pasan las noches, unas tras otras, silentes cada uno a un lado de la cama, fantaseándose e imaginándose; deseados, deseosos, amantes, amigos y cómplices, pero realmente demasiado lejanos y distantes.

De Lila y de noche

A las cinco debe cerrar la galería. Hoy ha sido un día bastante agitado trajeron esos extraños cuadros de un famoso artista y comenzó el montaje. Un poco antes de realizar mi última ronda, ha entrado una cliente que solicito hablar con el dueño, dijo que no estaba apurada y que lo esperaría hasta que llegará. Que ya se habían comunicado vía telefónica y que él vendría pronto.

Me pareció muy curiosa su forma de vestir, parece sacada de otra época, varios años antes pero igual época moderna. El vestido de organza, combinaba exactamente con su amplio sombrero de ala ancha, zapatos de tacón alto cerrados y una diminuta cartera. Todo de un color violeta muy brillante que contrastaba notablemente con lo blanco de sus piernas y lo que alcance a ver de su rostro. Hablaba de manera muy pausada y con un particular acento, no logro determinar si era francés o de otra lengua. Le costaba pronunciar las erres, y todas las eses eran más largas de lo usual, sobretodo en estas latitudes que solemos omitirlas.

Caminó en una primera vuelta toda la galería con mirada desinteresada por las salas, hasta que llegó a donde será la nueva exposición, allí se detuvo. Observaba cada cuadro con minucioso detenimiento. Una y otra vez se acercaba y se alejaba de ellos como atada a un hilo de goma que la obligaba a rebotar del lienzo. Yo la veo a través del circuito cerrado, para no molestarla y así descansar un poco las piernas. Eso de estar parado todo el día cada vez afecta más mis fuerzas.

Suena el teléfono y es el señor Manuel quien me advierte que está en un tráfico y que demorará en llegar. Que a lo mejor un cliente importante vendrá y que lo deje entrar. Le comento de la dama de morado que lo espera, pero parece no entender que ella ya llegó y que lo está esperando. Me trancó antes de que pudiera terminar mi explicación.

Vuelvo la vista a los monitores del circuito cerrado y no la veo en la sala dos. Busco en las demás salas y tampoco la consigo. Debe ser que se fue, pienso relajando mis pies sobre el escritorio. Al pasar de algunos minutos recuerdo que cerré la puerta justo cuando ella entró y que salir de la galería le fue imposible. Con un dejo de fastidio y obligación enfundo mis zapatos y me dispongo infructuosamente a buscarla.

Es una situación muy extraña, ya he chequiado todas las salas y la dama no está en la galería. Reviso la puerta principal y está cerrada con llave. Justo cuando me aproximo al cuarto de marquetería del fondo, siento una brisa fría que anuncia que la puerta de atrás puede estar abierta. El cuarto de marquetería se comunica con un patio de ventilación. Al llegar allí me percato que en efecto la puerta trasera está abierta, enciendo la luz del patio puesto que ya ha empezado a oscurecer y con esas altas paredes no se observa bien. Todo está como siempre en su adecuado lugar. La dama tampoco se encuentra aquí.

Ya un poco fastidiado de dar vueltas por la galería en búsqueda de la señora, me dispongo a preparar el café que me acompañará en la larga noche de vigilia. Cuando suena el teléfono, el señor Manuel del otro lado de la línea me indica que ya no vendrá, que la cola está imposible y se despide.

Aún no entiendo que pudo haberse hecho la dama, pero todo está en orden. He revisado el listín de las obras expuestas y del depósito y las piezas están completas. Las puertas cerradas. El televisor espera por estos ojos para embrutecer un tanto más mi cerebro. Mañana terminarán el montaje.

A la mañana siguiente, el artista ha llegado para continuar con su trabajo. Al rato lo veo conversar acaloradamente con el señor Manuel, el joven le reclama que los cuadros están pisados y una figura ha aparecido en una de sus piezas: alguien ha dibujado perfectamente una mujer con sobrero lila en su obra maestra.

De los derechos

Esa tarde por la ventana veía a tres niños que jugaban en la calle con el perro negro de la señora Paquita. Debía abandonar mi lectura cada vez que uno de sus gritos sobre saltaba entre la bulla normal de la calle. De repente un frenazo muy fuerte y un grito estremecedor hizo cerrar las obras completas de Jorge Luís Borges y su grueso tomo verde cayó muy mal abierto al piso. Me reasome por la ventana para observar con temor un carro blanco y mucha gente derredor, algunos niños lloraban, una mala impresión y el ambiente a tragedia rondaban la escena. No pude evitar bajar a la calle para enterarme de primera mano de la fatídica noticia: El perro y un pájaro estaban muertos; el perro pisado por el auto, los niños consternados lo miraban con ganas de revivirlo y el pájaro muerto a pedradas sobre el capo del carro. Tome aire y subí de nuevo a mi casa, abrí una botella de vino tinto y recogí el libro del suelo. Bebí sola toda la botella, pensando y repensando las incongruencias de la “inocencia infantil”, las injusticias, la inseguridad, los derechos animales y todas esas cosas que no están en nuestras manos solucionar. Al terminar la tarde y entrecerrar los ojos una constelación de titilantes estrellas acompañarían la resaca antes de dormir.

Caras vemos, corazones...

A las cinco de la mañana se enciende la primera luz del edificio. Casi inmediatamente la bomba del hidroneumático comienza a sonar, Imposibilitando cualquier sueño en los apartamentos de la planta baja. La joven pelirroja entra en un vaporizado cuarto de baño, con piezas verdes y baldosas blancas de figurines y busca con sus grandes ojeras en el espejo completamente empañado un poco de ánimo para iniciar el día. Fue una larga noche de estudios para el examen de hoy.

El sonido del agua en la tubería de arriba ha quebrantado el frágil sueño de Dora, quien con un tierno beso pretende animar a Manuel a levantarse, mientras este se voltea hacia el lado contrario de la cama, ajustando la cobija en su hombro, como diciendo: - Ahora no lo haré, cinco minutos más. Y es que la sola idea de empezar tan temprano a patear la calle vendiendo enciclopedias le amarga el amanecer a cualquiera. Dora se levanta de la cama y enfundada en su bata se dirige a la cocina, monta la greca y camina lentamente hacia el cuarto de los niños. Por unos instantes contempla plácidamente su sueño, y dándole palmaditas en las nalgas y besos en las frentes los ayuda a desperezarse. A Sofía le cuesta mucho mas que a Lito alistarse para el colegio, en sus escasos 4 años la idea de madrugar aún no cobra sentido.

Han empezado a sonar los despertadores, un César Miguel Rondón da los buenos días al mismo tiempo que otros televisores se encienden automáticamente, y es que escuchar las noticias ha resultado la mejor manera de sacar a los venezolanos de la cama, con tal de dejar de escuchar malos augurios. Ya ni los horóscopos vienen con venturas.

Unas gavetas tiradas, el sonido fuerte de la puerta y varios gritos revelan que Maritza y Martine otra vez pelean por la ropa, estas chicas que apenas terminan la adolescencia se han vuelto insoportables desde que salieron del liceo y van a la universidad.

Letrero amarillo

Segundo asiento, escasas cinco personas muy distantes entre sí, parece muy vacío. El tiempo tiende a sentirse paralizado, el espacio no. Delante de mí el señor gordo de camisa blanca conversa con cierto aire de furia, agitas sus grandes brazos con tanta fuerza que el respaldar tambalea, por lo que cruzar las piernas hacia el pasillo es buena opción. No vaya a ser que la oscura e inmensa humanidad de este señor caiga sobre mí, aplastándome muy probablemente.

El joven de la puerta, de muy pequeña estatura, asiente con la cabeza todas las enérgicas afirmaciones del robusto hombre. Pareciera que tiene el temor de que alguno de los manotones caiga sobre él.

Como autómata el jovencito, de cabellos rizados y muy pegados, deja entrar a los que le solicitan paso y que previamente confirman estar entrando al lugar esperado. Todos los que vienen son recibidos por él. Al ver una pareja correr el joven de la puerta anuncia: -Vienen mil ochocientos, espera. Luego de pocos instantes dos sudorosos dan las buenas tardes y buscan un lugar. Es de asombrarse que de las seis personas que entraron antes ninguna había tenido la educación de saludar.

De manera sucesiva y cada cierto periodo van entrando más personas de a grupos, como si esperaran juntas en un mismo lugar y al entrar aquí cada quien toma un puesto, preferiblemente si está solo por los cuatro costados. Mejor si voy solo y no debo compartir el escaso asiento. Mejor si me coloco en el del pasillo y dejo la ventana vacía, así garantizo que nadie se sentará a mi lado a menos que esto esté completamente lleno.

Al volver la vista, observo que ya somos como quince. Parece ser un buen negocio, no han pasado cinco minutos y este local esta tomando auge. Lo variopinto de la concurrencia no es impedimento para que estemos todos juntos. Nadie habla entre sí, el ruido es solo – por su puesto- un reegueton bastante conocido que algunos osan tararear, mientras otros dan palmaditas a la barandilla con sus manos.

El portero da paso a una señora algo mayor que se impulsa con las manos sobre las puertas. Observo una muy desgastada pintura de uñas color fuscia -se ve horrible-, hay algunos dedos bastantes desconchados que soportan una gran bolsa de cuadros. Al pasar a mi lado despierta antiguos recuerdos olfativos: toda ella huele a guiso, a fritanga, a humo, seguramente será la cocinera de algún local cercano.

Suena un ringtone -aún me sorprende la “música” que algunos ponen en sus teléfonos. - Aló…sí ya estoy en camino, voy llegando, por favor espera un momento o dile a Marcia que me espere abajo… si está bien, ok, chao. Y todos la observábamos como esperando respuesta.

Miro por la ventana que está más cercana a mí, y la gente en la calle parece salir por manadas de las oficinas. Van en grupos y conversan. Veo a algunos descuidados que son azuzados por sus compañeros a cruzar la calle, otros más con loncheras en sus hombros. Hay un local que debe ser muy bueno: la cola en su puerta notablemente anuncia un lugar bueno-bonito-barato, pero el más solicitado de todos parece ser un banco, sí, un banco, uno de esos nuevos de concreto con barandas de acero inoxidable –que los lateros aún no descubren. Allí en ese banco ubicado entre un kiosco y una parada, en plena avenida un grupo de mujeres comparten la comida, algunas con sus respectivos potecitos plásticos, otras parecen tener hamburguesas o sándwiches, lo cierto es que conversan como si estuvieran en la feria de cualquier afamado centro comercial cercano.

Ahora hay muy pocos asientos vacíos, las personas han rotado y cambiado sus rostros por otros nuevos, renovados, diferentes. Por supuesto los jóvenes con el paquete grande se van cuando el semáforo está en rojo y nos encontramos ubicados en el canal del medio. El semáforo cambia y ellos aun no han terminado de bajar. Suena una justificada pero atorrante corneta.

Al ver al señor del frente, con una gigantesca paca de billetes de a mil en muy mal estado, que seguramente está afanado por cambiar, la pregunta de cuanto debo pagar viene a mi mente, trato de hurgar en el bolso por algunas monedas. Encuentro dos fuertes y presumo que esto será suficiente para cancelar el viaje, que inusualmente realicé en un autobús de Chacao a El Recreo.

Vía al subterráneo

El tiempo siempre es el justo para llegar al destino.

La entrada del centro comercial es un colapso, todos quieren pasar o al menos guarecerse de la promisoria lluvia, se amontonan en la puerta, sin dejar salir o entrar a más nadie, mirando a los demás de afuera con cara de asco o lástima. Desde hace rato salpican unas escasas pero suficientes gotas, esa llovizna que no moja pero que empapa, esa misma que te asegura para el día siguiente una muy fastidiosa congestión nasal. -Paraguas, paraguas a 15 mil. Se escucha a un pregonero. Al mismo tiempo una señora reclama por el precio, a lo que el muy habilidoso vendedor le replica: -Enfermarse le sale más caro doñita, aproveche ahora. Está en lo cierto evidentemente en esta época de invierno tropical el paraguas, es un implemento de primera necesidad. ¿Estará incluido en la cesta básica?

Es evidente que la opción del mototaxi dejó de ser la adecuada. Un día porque sus caras de matones a sueldo espantaron el afán de aventura y hoy porque con esta lluvia… ni el intento. En exactamente 40 minutos cierran el taller. –La esperaré hasta las siete en punto, jeñorita, usted sabe uno tabien se cansa, yo estoy aquí desde temprano. Conclusión: me sale Metro.

El trayecto hasta la estación es lo que realmente puede aterrar a cualquiera que no suele realizarlo, los mitos de la burundanga, arrebatones, cayapas, bululús, desorden, caos, gentío, mercado, etc. vienen a la memoria como recordatorio de precaución. Luego de tomar el valor necesario, abro el paraguas y me propongo internarme en a la masa de ciudad en la que se ha convertido la calle Negrín de Sabana Grande. En la esquina, esperando que cambie la luz, una linda muchacha con falda y sandalias, en un estilo muy hippie, pero evidentemente un neohippismo; ese estilo arregladito, recién bañado, con olor a sándalo pero de Cacharel, que se compra en la india a muy bajo precio pero que aquí con los problemas de la importación cuesta una fortuna. Así va ella tranquila, despacito, con su falda recogida por una sola mano pero con bastante estilo, mojarse bajo la lluvia no es nada para ella.

Cruzamos la calle como un rebaño, entres otras 25 personas. Todos caminamos rápido como si nos estuvieran persiguiendo, tratando de esquivar a los que vienen de frente y que parecen estar tan apurados como nosotros. La cosa parece una especie de danza ritual en la que los vaivenes de las personas, casi siempre bastante descoordinados, terminan con algún tropezón.

Decido luego del veloz análisis espacial, ir por la acera sin buhoneros, perdón, por la acera con menos buhoneros, perdón, la acera con los buhoneros sin toldos, perdón, la acera con los puestos tapados por bolsas plásticas, en la que no se parará la gente a ver nada.

Camino justo detrás del hombre con traje oscuro y zapatos de suela que me abre paso entre la marea humana, él va rapidito y yo también intento seguirlo, lleva su lonchera azul en la mano y no posee paraguas. Yo sí llevo el mío, que aunque le guste jugar a que es el de Marypopping, más o menos funciona. Lo tengo que levantar cada vez que pasamos algún grupete. Si viene alguien con paraguas en sentido contrario, comienza el ejercicio de muñecas, una especie de malabarismo sincrónico en el que uno deja pasar y otro va tranquilo, en la ahora estrecha acera.

Por andar siguiendo los pies del señor casi me paso el pasillo que conduce a la estación. Giro velozmente a la izquierda para observar que los puestos de buhoneros son realmente minitiendas, en donde el encargado de turno barre el piso para que el agua no entre en su bien resguardado y seco local. Recuerdo cuando las “Minitiendas del Este” eran el lugar más propicio para comprar las galas de moda, hoy es sólo un local sumergido en la más autentica y firme representación de la “Revolución bonita”. Un muestrario de miserias.

La entrada del Metro abarrotada de gente, muchos tratando de salir y otros pocos, como yo, intentando pasar. Los vendedores insisten en ofrecer sus paraguas. Bajo corriendo las escaleras. No tengo ticket, seguramente habrá una cola enorme para la taquilla. Tampoco tengo monedas para las máquinas, las deje en el cenicero del carro. Bueno… me tocará peder tiempo en esa fastidiosa cola. Pienso mientras voy bajando las escalinatas, tratando de rebasar por la izquierda a los “lentos”.

Sorpresa: no hay cola, tampoco mucha gente, bastante extraño. Compro mi ticket; dirección: Palo verde; escaleras mecánicas: dañadas; parejita que baja muy lento: delante; el vagón: espera en el anden. Piiiiiii, me da tiempo de correr y entrar justo antes de que la puerta cierre a mis espaldas. Ahhh: suspiro al agarrarme del tubo.

Luego de una estación se desocupan varios asientos cercanos. Quién dijo que el Metro es un caos, qué se le quedo corto a Caracas. Aquí sobran los puestos. Deambulo un rato por el vagón para escoger un asiento en el pasillo cercano a una de las puertas. Al observar las personas derredor, veo a mi compañía de asiento, que mira descuidada por la ventanilla, es una joven de rostro familiar con un look neohippie.

En grados

Al fin se abrirá la puerta de este ascensor. A pesar del letrero en que se lee “capacidad diez personas”, los ocho que aquí nos encontramos padecemos un interminable trayecto. Es obvio, que el color oscuro de las paredes y esos halógenos eternamente prendidos, hacen del interior un estrecho y caluroso vehículo de elevación. El ascensorista no logra evitar que el apretado traje azul de botones deje de verse incomodo, bajo su sien se desliza una larga gota, que apresura a secar con un discreto movimiento de manos.

Al abrirse la puerta un pequeño pasillo nos obliga a cruzar a la derecha. De pronto la sensación de estar entrando a un lugar desconocido y no saber hacia dónde dirigirse me invade. Dejo pasar a algunas parejas para que guíen mi camino por un ancho y extraño pasillo que posee grandes ventanales con asientos de concreto bajo ellos. Hay unos parabanes de mimbre que mal ocultan.

La puerta de acceso con el gran rótulo en la puerta, como debe ser. La iluminación es tenue, por no decir escasa, unas velas y algunas luces son los únicos destellos que acompañan el diablillo rojo que baja y sube por todas partes, a pesar de él sólo huele a incienso. Se escucha una música suave, con el apropiado volumen para la conversación. Los hombres, enfundados en trajes que abandonaron sus corbatas en el asiento trasero del carro, revelan un poco de la fauna que aquí acude. Divinas mujeres, con volátiles faldas que cubren depiladas piernas las cuales terminan abrazadas por sandalias, con una excelente pedicura que aun huele a cara peluquería.

Mucho lugar donde ubicarse, si hubiésemos llegado temprano. Mesas, sillones, hamacas, puff, sofás de mimbre con cojines floreados y altas sillas cerca de la barra, muy bien distribuidos alrededor del amplio salón. Me parece recordar algunas matas o quizás buenos arreglos de interior, tal vez con bambú y palmas. La circulación en forma de anillo hace que la percepción de divisar todo el espacio se diluya entre tamices de cuerpos y blancos tabiques bajos. En el horizonte las diminutas luces de la ciudad titilan.

A la derecha el primer terreno a donde nos dirigiremos: una dama catira nos recibe de una manera muy cordial y atiende oportunamente nuestra solicitud. Aún me encuentro reconociéndome en este nuevo lugar. El estrecho pasillo que pretende ocultar el hueco iluminado donde se encuentra la caja, nos conduce y revela que en el medio hay una fuente-piscina en miniatura, con sus pequeñas baldositas blancas y azules y la respectiva insignia en el centro. De reojo veo lo que parece un horno de leña para pizza, la barra que lo precede llena de redondas peceras de vidrio con vistosos ingredientes, el olor a queso derretido y pan caliente, da señales de la ausencia de la cena. Al pasar por el incómodo pasillo, me asusta la llamadara grande y viva de algo incendiándose a mi espalda al voltear observo que además, hay un señor con alto sombrero flameando algún exquisito platillo, tras una grande hornilla integrada al espacio.

Las blancas y metálicas escaleras al lado del horno, conducen al exterior, tres niveles de elevación. El primero con puffs, que están por supuesto completamente ocupados; El intermedio es más bien de paso, solo dos mesas altas caben en la pequeña terraza; y el último un espacio cuadrado rodeado de barandas, que posee otra barra -por si la conversa esta muy amena o la movilidad dificultosa y da flojera bajar los tres pisos. En esta terraza hay algunas sillas de extensión y más mesas altas derredor. Aquí la decoración es completamente innecesaria, observamos desde un punto alto y muy bien ubicado todo el valle durmiendo a nuestros pies.
Millones de luces y grandes paños muy oscuros, con matices de grises, que nublan cualquier intento de reconocer en la distancia, son el escenario de amenas tertulias, que duran el tiempo suficiente para regresar a casa con la exquisita sensación de haber descubierto un nuevo y acogedor lugar, en el que pasar los jueves sin vermisaches.

Caracas: ciudad y lenguaje, despertando los sentidos.


“Con el lenguaje, la ciudad es la más grande
obra de arte creada por el hombre”
Lewis Mumford

Luego de divagar durante algunas semanas cual sería el tema de un ensayo sólido y preciso, acerca de Caracas, y después de leer y releer incontables textos que hablasen de ella, me he decidido en esta ocasión hacer un viaje de sentidos; llevada por la pluralidad del lenguaje, y guiada por los senderos de divergencias, que nos proporciona esta ciudad que no es otra cosa que “…una suerte de laberinto donde cada ciudadano realiza, día a día, una lectura de la infinidad de mensajes que forman parte del paisaje urbano…”[1] . Un paseo por el imaginario urbano de un natural caraqueño. Que ve, pero no observa, que camina y no pasea, que vive pero no disfruta de todos estos valores que la sucursal del cielo o preámbulo del infierno nos ofrece.

I
Los dos más importantes aspectos de la naturaleza humana son la capacidad de comunicarse y el convivir en sociedad. Al hablar de ciudad y de lenguaje existen varios territorios de frontera común. Ambas creaciones intrínsecas de la humanidad, ante la improbable ausencia de alguna de ellas, la vida humana tal como la conocemos, sería impensable.
Tanto las estructuras del lenguaje como las de la ciudad presentan modificaciones con el paso del tiempo -su tiempo y el nuestro propio-; mutaciones o (in)evoluciones, que mantienen conceptualmente estos términos en una constante variación, hacen que ambos se mantengan en estado de existencia, siempre vivos y siempre presentes. La ciudad “… es ante todo una unidad orgánica, viviente; una continuidad que se sucede renovándose a través del tiempo”
[2], lo mismo acontece con el lenguaje, aunque con una marcada tendencia a ahogarse, en el más amplio sentido metafórico, con su mal uso cotidiano.
En la ciudad y en el leguaje encontramos que existen textos. Los textos en el lenguaje escrito, son reconocibles con mayor facilidad, nos referimos a las palabras, los libros, etc.; cuando hablamos de los textos de la ciudad: de los textos urbanos, empezamos a conjugar; situaciones con acciones, memoria con utopías, fantasías y realidades, sospechas con certezas, y nos encontramos inmersos en un mar de probabilidades diferentes, donde parecen en un mismo nivel o capa, elementos que distinta procedencia, y la conjugación entre ellos, parece irreal o más bien poco probable semánticamente.
“Toda esta gama de textos e imágenes que se erige sobre el entramado urbano constituye un verdadero diluvio de información, ideas y símbolos que procesamos cada día y da un significado a los espacios de la ciudad en los que vivimos y nos desplazamos”
[3]

Reconocer los diferentes textos urbanos presentes en la ciudad de Caracas, es un ejercicio de sensibilidad, -tal como sucede en el arte contemporáneo-, para vivir felizmente una ciudad como esta, es necesario ser sensible a una gran cantidad de esos textos, que colorean a especie de collage, la imagen propia e individual que tenemos de nuestra ciudad. La sensibilidad viene dada por la capacidad de abstraerse de la rutina y encontrar la belleza en lo cotidiano. Al darnos la oportunidad de explorar, con todos los sentidos, lo que a diario nos rodea, sensibilizamos a la ciudad y por consiguiente, a nosotros mismos ante ella.
Observar, escuchar, oler, saborear y palpar lo que ocurre en Caracas, más que un ejercicio de supervivencia, es un ejercicio de disfrute, aunque para algunos los sentimientos que despierta Caracas sean “…el amor desmedido y el odio injustificable”
[4], existen maneras positivistas y optimistas de recorrerla, en algunos casos de recordarla.

II
En este paseo imaginario por Caracas y por la exploración de los cinco sentidos físicos del hombre, hablar a ella sin tomar en cuenta su topografía resulta casi imposible, ya que esto es parte fundamental del deambular caraqueño, Arturo Uslar Pietri en un texto llamado El Valle se refiere a esta particular situación geográfica de un modo, por demás poético, “El Valle de Caracas es como un cuenco de dos manos reunidas amorosamente para retener un agua de gracia”.
[5] -cabe la ocasión de preguntar sí al agua de gracia se refiere al ahora saneable río Guaire-, viene a mi memoria también, el vago recuerdo de los cinco valles que la conforman, metaforizados con los dedos de una mano completamente abierta, donde la base de los dedos se refiere al majestuoso Ávila, que ha detonado innumerables textos y, es referente obligado de la orientación de los caraqueños y natural pulmón de una ciudad que aspira convertirse en metrópolis.

III
Al hablar del sentido de orientación caraqueño y si hacemos recorridos pretendiendo establecer la pluralidad del lenguaje citadino, nos encontramos con diversas situaciones, que en ocasiones parecen ser extraordinarias o incomprensibles, situaciones que en algún momento, pasan la frontera entre lo fantástico y lo real.
Por ejemplo, a cualquiera de nosotros nos ha sucedido, que con dirección en mano, no logramos hallar el lugar al que nos dirigimos, hacemos uso del teléfono celular, para escuchar la voz de la persona a la que nos disponemos visitar, describiéndonos todos los “lugares de referencia” previos a la aproximación a su casa; luego de esto, es cuando nos damos cuenta de que existe una dirección en la guía telefónica –que no nos sirve fundamentalmente para mucho- y una dirección física -meramente descriptiva y sensorial-.
En esta dirección “explicada”, podemos escuchar cosas como: -Es el edificio que está detrás de la antigua panadería tal. –Descriptor, que evidentemente no nos es para nada útil, ya que es la primera vez que vamos a esa zona de Caracas-. O también por ejemplo: -Después de pasar la licorería, la primera a mano derecha.- Y resulta, que nos encontramos en esa avenida, no menos de tres licorerías, escogemos cualquiera de ellas, para darnos cuenta que “la primera a mano derecha” es flecha en sentido contrario, que solo hay casas y realmente estamos buscando un edificio de no menos de seis pisos, ya que la dirección anotada dicta: piso 6 apartamento 64.
Rubén Monasterios en su libro Caraqueñería, nos dice que esto sucede por “… una condición de la ciudad que nos impone hacer malabarismos lingüisticos al dar una simple dirección…”
[6], no solo darla sino por consiguiente hallarla, convirtiéndola en la única “… ciudad del mundo donde parece más difícil encontrar una dirección desconocida”[7]. Con esto nos damos cuenta de la evidente distancia entre el lenguaje escrito de una dirección en Caracas y el lenguaje visual que debemos seguir para llegar a ella.

IV
Paseándonos ahora por otro de los sentidos humanos, escuchar la voz de Caracas es al mismo tiempo oír y dejar de oír, con la única finalidad de contemplar más un sonido que un ruido. Separar el eco de las cornetas, del tráfico, de los pregoneros de autobuses para abrirle paso a un sonido -que en algunas zonas es más una memoria, que una vivencia semanal-, puede proporcionarnos mayor cantidad de imágenes, me refiero en este caso al ¡Zaaaapatero!, al silbido de armónica del Amolador o al inventario cantado del verdulero, que usualmente deambulan por las zonas residenciales de Caracas, y que nos remiten a una ciudad con remembranzas de ruralidad.
Si somos sensibles, no podemos dejar de escuchar el cantar que realizan las guacharacas en las mañanas de agosto, o el sonido de los pericos y loros que todas las tardes amenizan, en su recorrido aéreo hacia el Parque del Este desde el Jardín Botánico, auditiva y visualmente la congestionada autopista. Los sonidos como textos urbanos, enriquecen el espíritu de quienes sean capaces de escuchar atentamente lo que la ciudad le proporciona, para su disfrute.

V
El sentido del olfato pareciera estar directamente relacionado con otro secundario; olemos y recordamos, recorremos y olfateamos, por esto los olores citadinos son realmente mucho más difíciles de precisar -apartando el desagradable olor de la basura mal dispuesta de las calles-, nos encontramos entonces, temprano en la mañana, al seguir cualquiera de los recorridos habituales, pasamos justo frente a una panadería, donde el aroma de un cafecito recién colado y un tostado cachito saliendo del horno, hacen que el no detenerse a disfrutarlos sea prácticamente improbable. Igualmente, al andar por San Bernardino, nos llega el recuerdo de la fragancia a consultorio medico, esto referido exclusivamente a la sensación que en esta la zona donde se “centraliza” la asistencia médica en Caracas.
Los textos olfativos son como los textos urbanos, unos a otros mezclados irremediablemente, difíciles de separar. Al oler recordamos y vivimos de nuevo, al interpretar un texto urbano revivimos la situación que nos llevo a reconocerlo.

VI
La sazón de esta ciudad esta repleta de variables de las más exquisitas gastronomías mundiales, en una urbe donde podemos conseguir, si buscamos con juicio y no nos distraemos por otro fogón, cualquiera de los más exóticos platillos de la comida internacional.
No obstante hay algunos gustos que solo podremos dárnoslo en esta urbe, un ejemplo: los perros calientes callejeros caraqueños, indiscutiblemente muy sabrosos y poco salubres, tratar de imitarlos en casa solo los lleva a obtener infructuosas y vagas copias –no saben igual-, que muy lejos están de “…ese sabor particular e indefinible…”
[8], que a muchos encanta y a otros envenena.
El gusto por una ciudad, o el gusto de una ciudad yace en la manera de vivirla y de aproximarse a ella. Hay muchos que odian Caracas porque les parece esquiva, arrogante y malvada, pero habemos quienes la admiramos, más llevados por lo que deseamos que ella fuese, que por lo que en realidad parece ser. Es un gusto de enamorado ciego, que solo ve virtudes en el ser amado. Valido pero sumamente vulnerable.
VII
Tantear la ciudad, es saber moverse en ella, descubrir y llegar a salvo a sus más exóticos lugares, revelar día a día un nuevo camino desde donde maravillarnos. Palparla en su cotidiano, y sentirla tal cual es, viviendo experiencias enriquecedoras.
Recorrerla puede llegar a ser un placer para el habitante, así como perderse en los interludios del lenguaje para un escriba, por esto al andar “…son los pasos los que señalan: el caminar es quien conduce.”
[9] y al escribir son las palabras las que dictan como quieren estar en el texto, “El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas –pues mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo.”[10]

VIII
En la ciudad escrita, es mucho mas fácil obviar lo que no nos agrada, omitiéndolo premeditadamente, que en el la ciudad vivida, donde por más sensibles y dispuestos al encuentro de situaciones amenas que estemos, convivimos dentro de un sistema en el que separarnos de la realidad no es la opción.
La ciudad escrita es por lo tanto más segura, no corremos el riesgo de morir en la mera descripción de un experiencia antropológica, más sin duda si nuestro afán de aventura nos conduce por caminos desconocidos, cualquier amarga sorpresa puede arruinar toda una vida.

“El miedo es, junto con la ansiedad, la otra cara de la cultura del deseo de la ciudad contemporánea. Lewis Mumford, incluso hablaba de paranoia y hoy la expresión corriente es “Posmodern paranoia”. La ciudad es objeto de deseo de repulsión en tanto puede ser simultáneamente percibida como área segura o de riesgo.”
[11]


Caracas es una ciudad peligrosa, lo sabemos, recorrerla libremente y sin temor es muy difícil, sin duda debemos tener cautela al andar y dejar que los pasos vayan acompañados de la prudencia. Si nos proponemos a recorrer y disfrutar, con todos nuestros cinco sentidos, una urbe como Caracas, no podemos dejar en casa la precaución y recordar siempre el instinto de supervivencia.
[1] Mentalidades, discurso y espacio en la Caracas del finales del siglo XX, Humberto Jaimes Quero, Pág XI
[2] Una ciudad: París, María Zambrano. Articulo aparecido en Lyceum, nª 27, La Habana, 1957; p. 13-17
[3] Mentalidades, discurso y espacio en la Caracas del finales del siglo XX, Humberto Jaimes Quero, Pág XI
[4] Del prólogo de Cuatro lecturas de Caracas por Rafael Arraiz Lucca, Pág. 9
[5] Cuatro lecturas de Caracas, Arturo Uslar Pietro, Pág. 13
[6] Caraqueñerías, Rubén Monasterios, Pág. 28
[7] Cuatro lecturas de Caracas, Mariano Picón Salas, varios Meridianos, Pág. 60
[8] Caraqueñerías, Ruben Monasterios, Pág. 184
[9] La ciudad sin lengua, Federico Vegas, pág 40
[10] El placer del texto, Roland Barthes, pág 29
[11] La ciudad postmoderna, Giandomenico Amendiola, pág. 312.

Mirar a la vuelta


El semáforo en rojo, levantas la vista y observas en una importante avenida un edificio mil veces visto, pero pocas veces admirado, tienes sólo un minuto de contemplación, percibes algo en él que te da la sensación de haberlo reconocido en otro lugar, la luz cambia a verde y el instante de seducción se esfuma, mimetizándose con la abrumadora cotidianidad de caos y smog.

Muchas son las obras arquitectónicas de la ciudad, construidas en los primeros años de nuestra modernidad, que albergan fachadas ciegas, decoradas con diminutas piezas de mosaico de diversos colores que, por repetición, abarcan grandes superficies verticales, formando para la contemplación, un mural.

Los murales relatan una historia y un tiempo específico en la conformación de la ciudadanía, cuando el crecimiento humano, pedía la construcción de edificaciones destinadas a vivienda, las mismas se realizaban en las urbanizaciones con mayor potencial de desarrollo, como lo fueron en su momento: Altamira, Bello Monte, Los Palos Grandes, Plaza Venezuela, Chacaito, Chacao, Las Mercedes, Los Chaguaramos, Av. Panteón, La Candelaria, San Bernardino entre otras, algunos de los edificios allí presentes buscaban poseer ese atributo que las identificara como únicas y las diferenciara de las demás, en donde sus habitantes, fundamentalmente inmigrantes, encontraran su lugar.

En Venezuela, en contraste con otros países en los que también el arte mural se desarrolló como México o Argentina, la condición de realismo social no está vinculada a la protesta en el sentido revolucionario, como es el caso mexicano, o al religioso como en Argentina, sino a una representación de diferentes situaciones sociales, tipos y clases del individuo. Los personajes de los murales caraqueños presentan notables características fenotípicas del indio, del negro y del blanco, en nuestro caso no se hace referencia a las diferentes clases sociales de campesinos y burgueses, más bien parecen exponerse para recordarnos siempre la pluralidad y diversidad que conforma nuestra sociedad mestiza. En el aspecto formal, las representaciones humanas están acompañadas de elementos gráficos de múltiples colores con figuras geométricas, líneas y ángulos, que se vinculan y transitan en la obra, con la presumida intención de generar pausas en el recorrido visual, así como acompañar a los personajes, que en su eterna ubicación elevada, nos observan silentes en nuestro día a día.

Lo importante es que están aquí, hace tiempo que están y nos acompañarán cuando más cercanos los reconozcamos. Estos murales, que en muchas ocasiones dejamos de observar abrumados por la cotidianidad, son parte de los innumerables textos urbanos que conforman nuestra ciudad, textos que inevitablemente se van mimetizando unos contra otros, perdiendo momentáneamente su identidad para formar parte de este todo, que llamamos Caracas.

Los murales se develan como duendes solamente a la mirada curiosa y atenta de los ojos que se alzan para observar el cielo. Te invito a tomarte un tiempo y dejarte seducir en la búsqueda de reconocer esos lugares donde siempre han morado, lugares cotidianos donde eventualmente existe alguien que abra los ojos, mire hacia arriba y disfrute las cosas buenas que tiene la vida, nuestra ciudad y sus murales.

Invocación

Con otra.
otras
quiero que tu pene se
c
a
i
g
a.
Su única guarida
mi templo.
Yo sin ti
tal vez
Él, sin mí
I

m
p
o
t
e
n
t
e.

La última copa

Él caminaba por la calle como si nada, parecía que su mente se había borrado, no recordaba lo ocurrido la noche anterior, yo un poco turbada caminaba justo un paso tras él.
Me encontraba confundida sin saber realmente porqué había ocurrido, no era la primera vez que algo similar nos sucedía, sin embargo una señal dentro de mí me decía que las cosas habían pasado el límite, entre una discusión acalorada y una euforia de dos, comprendí que no existiría vuelta atrás. Ya nos habíamos lastimado mucho.
Esa noche cuando el alcohol estaba en niveles demasiado altos dentro de nuestros cuerpos, los mesoneros con rostros trasnochados y realmente agotados por un viernes de quincena, nos sacaron casi a patadas. Iban a cerrar.
La noche había sido mágica. Un rencuentro premeditadamente esperado, deseado y anhelado, durante dos largos años de separación, separación no solo física sino más bien llevada por una consciencia de futuro, ausencia de planes y escasez de sueños, una separación con el dolor de aún sentir amor.
En algún momento antes de partir a dormir, cuando a la noche ya se le agotaba la oscuridad, él decidió que quería continuar la fiesta en otro bar, yo cansada y con la poca consciencia que aún conservaba traté de hacerle entender que seguir bebiendo no era la opción más prudente.
Él continuaba en medio de su impertinencia insistiendo en entrar al local, donde habíamos dejado a un náufrago de la noche que necesitaba un aventón, trate de convencerlo que a mi parecer la noche ya había sido bastante buena, que nos habíamos divertido mucho, finalmente le sugerí que si era de su preferencia se quedará y yo partiría nuevamente sola mi casa, no logré mi propósito.
Él esperaba que le dejara dinero para continuar destruyendo su hígado, a lo que me negué rotundamente, insistió tantas veces que comencé a recordar, como película de terror, las muchas escenas de antiguas discusiones en similares situaciones, los sentimientos de viejas frustraciones comenzaron a removerse dentro de mí, envenenándome paulatinamente, mis emociones se confundían y comprendí que la real razón de nuestra separación era más grande de lo que mi corazón solitario recordaba, él me lastimaba constantemente.
Él volvió su rostro hacia mí y me dijo fríamente: ¿Es que no recuerdas las tantas veces que yo te di dinero por tus servicios? ¿Por una noche o más bien un rato de placer? ¡DAME DINERO NECESITO BEBER AHORA!. -Me gritò.
En ese instante lo mire fijamente y le volteé la cara de una cachetada.
Él caminaba por la calle como si nada hubiese pasado, parecía que de su mente se había borrado todo, no recordaba lo ocurrido la noche anterior, yo del mismo modo, un poco más turbada caminaba justo un paso tras él, en dirección contraria.

Todos están ausentes

Existe un vacío entre sus voces y la mía, no puedo decir que los extraño, ya que no era cotidiana ninguna tertulia, pero hay alguien de quien deseo poesía, eventual era su prosa pero importante y reconfortante, probablemente ni imagine lo que significan para mí sus esporádicas palabras: un destello de luz para una vida apagada por la rutina, un fantástico y delicioso, pero imposible idilio, sellado entre la testarudez y la razón.
Llego muy tarde al trabajo, la noche anterior me escape para ahogar la pena del desprendimiento, encuentro en el arribo a mis compañeros en la puerta, nadie puede laborar, se ha ido la electricidad, curiosos esperan saber la razón de mi demora, el mal humor de 2 horas de tráfico me hacen vociferar muy malas excusas, que distorsionan notablemente entre sus felices rostros con amplias sonrisas, me siento realmente mal, dejo que me alimenten sus simpáticos comentarios, hacen bromas y tratan de elevar mi terrible animo, al cabo de unos minutos logro, llevada por su fervor, unirmeles en la dicha de un viernes sin luz.
Emocionada como niña a la espera de la hora de visitar el parque, lo más inquietante es el encuentro, durante días deseaba en el silencio verlo, pude contactarlo gracias a un conocido común, me invita a un pre-despacho, del cual desconozco la ubicación, en el hogar de quien gentilmente compró nuestras entradas. Quedamos a las 3, yo llegó a las 3 y 20, allá está, recostado a un lado del poste, con sus rizos negros premeditadamente despeinados, dejándose elevar por la fría brisa de la tarde. Llegamos, me presenta, todos los rostros son nuevos, un espacio realmente acogedor, escuchamos abrebocas de lo que nos espera en la noche, brindamos, comemos, partimos desesperados buscando reencontrarnos con nuestra adolescencia de roqueros trasnochado. Sin pensar, permaneceremos divirtiéndonos toda la noche. Exhaustos de baile y roncos de canto, a las 530 antes que amanezca, nos vamos todos, abandonando la casona que sirvió de sede antes de… y después del…
No logro levantar la cara de la almohada, ni el cuerpo de la cama, una extraña presión oprime mi pecho. -Puffht …puffht…Me parece haber fumado mucho anoche puffht… puffht… ¡Que dolor tan fuerte!… puffht… puffht. En una especie de duermevela gastada, mi cuerpo pide perdón. -Puffht… puffht… ¡Qué fastidio! el dolor de garganta que no me deja ni fumar ni tragar, ni pensar ni sentarme, ni reír ni recordar, ni escribir, ni nada puffht… puffht…. De nuevo juro que más nunca me desbarranco así otra vez.
Puffht… puffht… Y paso bajo la cobija, entre estornudos e idas al baño, alimentada de sopa de fideos, los 3 siguientes días libres de mí fin de semana muuuy largo; malgastados en medio de una terrible gripe. A pesar que procuro exorcizarla a punta de acetaminofen y té, ella no pretende abandonarme por ahora. Puffht… puffht. Es ella, mi única e ingrata compañía puffht… puffht.

Pañito de mocos

Cuando alguien no nos pertenece es necesario resguardarse de uno mismo. Más aún si se sospecha que los vacíos pueden empezar a llenarse de falsas ilusiones. La sensación de placer hoy ha mutado, y siente que los deliciosos escalofríos de las caricias, son amargos recuerdos de la latente soledad. ¿Tú crees que me llegues a amar? No lo sé, deja que el tiempo lo decida, por los momentos no me preocupa. Eres insensible. Para nada, sólo disfruto del aquí y el ahora, contesta ella. Las preguntas brotan de la boca como esperando la más dulce de las respuestas, sin embargo debajo y a la izquierda existe un corazón ocupado, recientemente lastimado, pero ocupado. Se niega a aprender a vivir solo; lo malo es que con su necesidad de compañía puede mal acostumbrar a un alma solitaria. Yo sigo sintiendo que tú tienes el freno de mano puesto. ¿Por qué te parece eso? Te rehúsas a decirme lo que sientes, acota él.
La vacuidad de los comentarios se convierte en la excusa perfecta para no abrir la caja de Pandora de un corazón que luchó durante mucho tiempo para reconocerse libre y que aprendió luego a vivir en soledad. Resulta peligroso que entre dos que comienzan a acompañarse, el más preocupado por el sentimiento futuro sea quien no ha tenido tiempo de vaciar su corazón, y busca afanosamente llenar los espacios abandonados. Lo más difícil será fijar los límites en los que cada uno se involucre o se perjudique. La necesidad de espacio es muy importante. No abandonar la libertad puede ser la razón perfecta, para escudarse ante la apabullante embestida de solicitudes de entrega. ¿Piensas en ella? Sí. ¿Y por qué no la llamas? Porque nos haríamos más daño. No te parece que renunciar, es no darles la oportunidad de volver a intentar.
Las relaciones suelen ser complejas y únicas. Evadir los sentimientos, alejarnos de lo que queremos, excusados en que es una relación que tiene problemas de fondo, no es una solución. La respuesta no la posee nadie, es un asunto de dos, que debe resolverse entre dos. Los terceros sobran. En los momentos de ausencia, abandono o renuncia, se padece de una dolencia física; el estómago parece achicarse y el corazón presenta arritmia; los recuerdos agobian nublando el entendimiento; cancelando los “puede ser” y obligándose a un “no va a ser”. Deja que mi camino siga solo, no deseo que yo te sienta compañía y tú me sientas consuelo, piensa ella. Llevar un luto con la cabeza en alto, superarlo luego de un merecido y largo duelo de amor, es una necesidad para comenzar nuevas historias. Salió de la casa, dejándole acompañado de sus recuerdos, sus vacíos, de una casa repleta de objetos que no le pertenecían y de una breve, pero concisa carta de despedida.

Mis hombros estarán para apoyarte y mis oídos para escucharte, pero mi corazón y mi cuerpo no están aptos para sufrir decepciones de amor. No soy roca, fría y seca, soy un alma sola, pero viva, que siente, deseosa de calidad de compañía, en la búsqueda de eso que no sabe si existe, pero que ha deseado. Algo cambio después de esa conversación, el confesarte pensante y extrañando, nubló la primavera de mi corazón y apresuro un otoño cargado de melancolía. Siento como se me rasga el pecho. Falsamente ilusionada, sí, pero creo estar en el momento de comprar curitas en la bodega y no de ir con un infarto al servicio de emergencia. Toma tu tiempo y dame el mío. Gracias por esos momentos de compañía y placenteras sesiones de piel. Muchos besos. M.