Ella I
Se escucha el sonido del agua caer, tras la ventana empañada se devela un delgado dedo dibujando un pequeño corazón, casi al instante la misma palma con yemas arrugadas desaparece el anterior dibujo, un gesto rápido lleno de desesperación que culmina en un vano arañazo rechinando en el vidrio.
La bata azul cobija un blanco y delgado cuerpo, esbelto, de escasa curvas pero bastante proporcionado, piernas largas muy bien depiladas, sobre la cabeza un turbante de paño color azul intenso que hace juego con unos profundos ojos de mirada perdida. Camina descalza por el salón, pausadamente abre el refrigerador y saca un pequeño plato con frescas fresas de un rojo intenso, las lleva consigo al ventanal, desde donde observa que afuera, también llueve, una a una son delicadamente devoradas por esos labios carnosos con perfectos y blancos dientes, como si al comerlas se saciara un hambre intensa pero educada. Abre la puerta del balcón y sus manos se apoyan fuertemente sobre la baranda, apretándola con tanta fuerza que pareciera se escucha el crujir del metal entre sus dedos, el turbante empieza a aflojarse y con un suave movimiento en el cuello ella apresura su caída, una roja y rizada cabellera se descubre, luego casi por instinto, libera delicadamente el nudo que sujeta su bata y se queda completamente desnuda, recibiendo el rocío de una llovizna que está tanto dentro como fuera de su templo.
El ring del teléfono ha interrumpido tan mágica relajación, extrañada por el sonido se apresura en atender, su cabello, ahora gotea lluvia sobre los muebles de cuero blanco del salón. Aló?. Lo estamos llamando del servicio de conexión telefónica, para informarle que usted posee una factura vencida desde hace seis días, por el monto… cuelga inmediatamente y atraviesa el salón de nuevo a la habitación, donde se lanza sobre la amplia cama de suaves y almidonadas sabanas color vino, reposa unos instantes disfrutando de la inmensidad del blanco techo, ladea su rostro para observar el reloj digital de aluminio que acompaña a la lámpara y el libro en la mesa de noche, seis treinta de la tarde.
Comienza su calmada rutina de acicalamiento, se incorpora en la cama para buscar en la otra mesita la pintura rojo quemado que utilizará sobre las uñas de sus blancos y pequeños pies. Luego de mimar cada parte de su cuerpo con crema hidratante, se coloca frente al vestier, pasa y saca uno a uno los vestidos cóctel: estampado, floreado, cuadros, rayas, rojo, rosa, azul intenso, azul claro, verde botella, gris, blanco y finalmente toma el negro, ese con el escote bien pronunciado de tela translucida y vaporosa. Ahora frente al espejo lo deja deslizar sobre su cuerpo desnudo, las manos con uñas rojas, acarician y dirigen el traje hasta su correcta ubicación, una breve sacudida en los rizos rojos los colocan en el lugar adecuado, usa muy poco maquillaje, solamente delinea con un rosa apagado sus labios y coloca un brillo empalagoso que mas bien parece miel, rimel sobre sus pestañas, perfuma cuidadosamente todos los pliegues de su cuerpo, calza las sandalias y ajusta las tiras tras sus tobillos, escoge un pequeño bolso en el que introduce algo de dinero y las llaves.
Él II
Las burbujas suben con una lenta pero constante precisión, la planta marrón se mueve lentamente, un pez naranja de cara deforme atraviesa con su zigzagueante movimiento, el cristal refleja un rostro cansado cargado con el paso de varias noches en vela, las bolsas arrugadas de sus ojos poseen ese color púrpura intenso de los desvalidos, el rostro con una barba mal trecha de muchos días, cuando de pronto y de un fuerte cabezazo, el hogar de los peces se ha destruido, el pequeño pez naranja chapotea por su vida entre un río de lavada roja sangre y cristales fracturados.
A punto de ser subido a la ambulancia y amarrado a la camilla, está aturdido por el exceso de calmantes y la fuerte contusión, sin embargo observa en medio de la duermevela, tres conocidos rostros que preocupados, sostienen sus quijadas con las manos entrecruzadas, se cierra la puerta y se apaga la luz interna, dejándolo en un profundo y necesitado sueño reparador.
Ella III
Seductoramente sentada en la barra, con las piernas cruzadas que premeditadamente asoman un muslo pecoso, saca un cigarrillo, casi al instante el mesonero que se pasea a su lado le acerca el fuego, da una larga y fuerte bocanada que se consume rápidamente, el barman le sirve su trago. El hombre mayor de traje y corbata de su izquierda, campanea un güisqui, se asombra de la mujer, quien no ha pronunciado palabra alguna, y de la pronta atención de los mesoneros hacia ella, con un gesto torpe la saluda con intenciones de empezar una conversación, a lo que ella responde sorbiendo sonoramente del vaso aún en la barra con una evidente indiferencia.
Solicita al barman susurrándole al oído, para lo que se inclina sobre la barra develando con desparpajo unos glúteos bien formados forrados por su ligero vestido, que cambien el la música que hasta ahora escuchan, inmediatamente se acerca a ella un maestre, quien ante su petición acierta cuidadosamente con un movimiento de cabeza. Cambia la pista y un set de música brasilera ameniza la velada.
El IV
Sus manos tatuadas, las uñas oscuramente pitadas de un azul eléctrico intenso, los brazos delgados y de mediana musculatura trabajando sobre la desgastada máquina Singer de coser hacen remembranza en mi memoria de la imagen del asesino del Silencio de los Inocentes, su suave voz narrando la actualidad con una notoria sensibilidad propia del artista, convierte la grotesca escena de su taller que tiene su trabajo grafico de fondo a medio desmontar, en una fantasía de exquisita riqueza visual. Hay que ser sensible para descubrir la bondad y sinceridad que se alberga en él.
Martine
Cada mañana se para en el pide cola de la zona donde vive, con el cabello aún escurriendo algunas espesas gotas de acondicionador sin enguaje, se dirige a su lugar de trabajo, el tiempo parece menos del necesario, pero logra montarse en un carro que le proporciona un apropiado aventón hasta El Rosal.
Discute amenamente con el conductor, mientras escuchan las noticias del día, siempre es mejor opción oírlas en la radio que leer la prensa diaria, además esto le da la oportunidad de llegar informada, con aires de oficiosa madrugadora, interesada en el acontecer nacional e internacional.
Su trato es cordial y servicial con sus compañeros de labores, no es que le encante ser la asistente de un diseñador grafico con menos experiencia que ella, pero al aceptar el empleo sentía que era una buena oportunidad, en una agencia que empezaba a crecer.
El trabajar allí, le da la ocasión de vestir libremente, sin restricciones de estilo, lo que aprovecha para lucir su singular guardarropa día a día, sintiéndose como la sensación del lugar.
Un día puede aparecer con oscuras medias pantys a rayas, verdes y negras, sobre las que lleva una diminuta falda de paño, en su torso, un cuello de tortuga negro bajo la camiseta verde perico, con una frase grosera en ingles, bufanda que hace juego con las medias y un grandísimo sobretodo oscuro. Todo esto para resaltar el look londinense que el aire acondicionado de la oficina le obliga a llevar. Además, por ser bastante friolenta, en su puesto siempre hay algún sombrero que pueda proteger después de seco, el liso cabello negro y rosa, bastante chamusqueado por los interminables tintes.
Su rostro tiene un aspecto lavado, digamos que natural, sin embargo invirtió un largo lapso de tiempo de la mañana para dejarlo así, detrás de la naturalidad hay decenas de capas de base, polvo, colorete, sombras, delineadores, rimel, brillos de labios, etc, que complementan el adorno de los piercing que le atraviesan la nariz y la ceja derecha.
Siempre detesto sus grandes orejas, pero desde hace un tiempo a esta parte, tomo la decisión de perforar un huequito dedicándolo a cada uno de los hombres que han pasado entre sus piernas, pareciera que en algún momento no le cabrán más zarcillos, en los ya bastantes adornados lóbulos.
Para almorzar le es complicado encontrar donde hacerlo, un poco cansada de la sazón de aquella señora a quien le encarga su vegetariano almuerzo, sale en búsqueda de algún restaurancito natural, donde consiga a buen precio, su particular y estricta dieta, ella no come cadáveres. Solo grama como le dicen sus compañeros.
Realmente no ha creado amistades con ellos, ella piensa que tienen pocas cosas en común. Los que considera sus amigos se remiten solo, a los excompañeros de las clases de arte o algún vecino de su calle. Sin embargo es una chica bastante popular, cuando sale a algún evento pasa horas saludando y conversando con los asistentes, que se le acercan, hablan de banalidades de moda, cuentos o chismes, nada profundo que realmente le interese.
Siempre va a fiestar en la semana, le gustan las discotecas donde la música electrónica mueve su cuerpo hasta el amanecer, ayudado claro, de algún aditivo especial, nada sano. Procura asistir a algún acogedor predespacho antes de la fiesta, donde pueda animarse sin muchas complicaciones, de preferencia, asiste a ese bar donde saben prepararle lo que le gusta: el rusonegro o el ron tonic, ambos por supuesto con cereza. Se sienta en la mesa desde donde se ve la puerta, enciende un cigarrillo, cruza sus largas piernas y con la mirada oculta tras las grandes gafas oscuras, espera sola el arribo del mesonero, quien después de escasos minutos llega con las bebidas, toma una de ellas y ordena una creppe de jojoto, para proteger el delicado estomago de los posibles embates en una larga noche de excesos. En el baño del bar, toma su tiempo para cambiar la naturalidad de su rostro, a un darktesco negro azulado, que procura hacerle énfasis a sus amielados ojos.
A las fiestas nunca va sola, siempre habrá quien le sirva de guardaespaldas y la proteja hasta de si misma, algún admirador que no sabe aún de sus preferencias sexuales o un buen amigo siempre cómplice y dispuesto a acompañarla.
Contamina su cuerpo hasta que en cierto momento la prudencia se asoma levemente y la hace desparecer del lugar. Ella camina por las oscuras calles de Caracas, ya que prefiere andar sobre sus gigantes plataformas de goma, que intentar montarse en transporte público, a veces, solo a veces le preocupa andar sola al amanecer por esta ciudad, en el regreso a su casa.
Se escucha el sonido del agua caer, tras la ventana empañada se devela un delgado dedo dibujando un pequeño corazón, casi al instante la misma palma con yemas arrugadas desaparece el anterior dibujo, un gesto rápido lleno de desesperación que culmina en un vano arañazo rechinando en el vidrio.
La bata azul cobija un blanco y delgado cuerpo, esbelto, de escasa curvas pero bastante proporcionado, piernas largas muy bien depiladas, sobre la cabeza un turbante de paño color azul intenso que hace juego con unos profundos ojos de mirada perdida. Camina descalza por el salón, pausadamente abre el refrigerador y saca un pequeño plato con frescas fresas de un rojo intenso, las lleva consigo al ventanal, desde donde observa que afuera, también llueve, una a una son delicadamente devoradas por esos labios carnosos con perfectos y blancos dientes, como si al comerlas se saciara un hambre intensa pero educada. Abre la puerta del balcón y sus manos se apoyan fuertemente sobre la baranda, apretándola con tanta fuerza que pareciera se escucha el crujir del metal entre sus dedos, el turbante empieza a aflojarse y con un suave movimiento en el cuello ella apresura su caída, una roja y rizada cabellera se descubre, luego casi por instinto, libera delicadamente el nudo que sujeta su bata y se queda completamente desnuda, recibiendo el rocío de una llovizna que está tanto dentro como fuera de su templo.
El ring del teléfono ha interrumpido tan mágica relajación, extrañada por el sonido se apresura en atender, su cabello, ahora gotea lluvia sobre los muebles de cuero blanco del salón. Aló?. Lo estamos llamando del servicio de conexión telefónica, para informarle que usted posee una factura vencida desde hace seis días, por el monto… cuelga inmediatamente y atraviesa el salón de nuevo a la habitación, donde se lanza sobre la amplia cama de suaves y almidonadas sabanas color vino, reposa unos instantes disfrutando de la inmensidad del blanco techo, ladea su rostro para observar el reloj digital de aluminio que acompaña a la lámpara y el libro en la mesa de noche, seis treinta de la tarde.
Comienza su calmada rutina de acicalamiento, se incorpora en la cama para buscar en la otra mesita la pintura rojo quemado que utilizará sobre las uñas de sus blancos y pequeños pies. Luego de mimar cada parte de su cuerpo con crema hidratante, se coloca frente al vestier, pasa y saca uno a uno los vestidos cóctel: estampado, floreado, cuadros, rayas, rojo, rosa, azul intenso, azul claro, verde botella, gris, blanco y finalmente toma el negro, ese con el escote bien pronunciado de tela translucida y vaporosa. Ahora frente al espejo lo deja deslizar sobre su cuerpo desnudo, las manos con uñas rojas, acarician y dirigen el traje hasta su correcta ubicación, una breve sacudida en los rizos rojos los colocan en el lugar adecuado, usa muy poco maquillaje, solamente delinea con un rosa apagado sus labios y coloca un brillo empalagoso que mas bien parece miel, rimel sobre sus pestañas, perfuma cuidadosamente todos los pliegues de su cuerpo, calza las sandalias y ajusta las tiras tras sus tobillos, escoge un pequeño bolso en el que introduce algo de dinero y las llaves.
Él II
Las burbujas suben con una lenta pero constante precisión, la planta marrón se mueve lentamente, un pez naranja de cara deforme atraviesa con su zigzagueante movimiento, el cristal refleja un rostro cansado cargado con el paso de varias noches en vela, las bolsas arrugadas de sus ojos poseen ese color púrpura intenso de los desvalidos, el rostro con una barba mal trecha de muchos días, cuando de pronto y de un fuerte cabezazo, el hogar de los peces se ha destruido, el pequeño pez naranja chapotea por su vida entre un río de lavada roja sangre y cristales fracturados.
A punto de ser subido a la ambulancia y amarrado a la camilla, está aturdido por el exceso de calmantes y la fuerte contusión, sin embargo observa en medio de la duermevela, tres conocidos rostros que preocupados, sostienen sus quijadas con las manos entrecruzadas, se cierra la puerta y se apaga la luz interna, dejándolo en un profundo y necesitado sueño reparador.
Ella III
Seductoramente sentada en la barra, con las piernas cruzadas que premeditadamente asoman un muslo pecoso, saca un cigarrillo, casi al instante el mesonero que se pasea a su lado le acerca el fuego, da una larga y fuerte bocanada que se consume rápidamente, el barman le sirve su trago. El hombre mayor de traje y corbata de su izquierda, campanea un güisqui, se asombra de la mujer, quien no ha pronunciado palabra alguna, y de la pronta atención de los mesoneros hacia ella, con un gesto torpe la saluda con intenciones de empezar una conversación, a lo que ella responde sorbiendo sonoramente del vaso aún en la barra con una evidente indiferencia.
Solicita al barman susurrándole al oído, para lo que se inclina sobre la barra develando con desparpajo unos glúteos bien formados forrados por su ligero vestido, que cambien el la música que hasta ahora escuchan, inmediatamente se acerca a ella un maestre, quien ante su petición acierta cuidadosamente con un movimiento de cabeza. Cambia la pista y un set de música brasilera ameniza la velada.
El IV
Sus manos tatuadas, las uñas oscuramente pitadas de un azul eléctrico intenso, los brazos delgados y de mediana musculatura trabajando sobre la desgastada máquina Singer de coser hacen remembranza en mi memoria de la imagen del asesino del Silencio de los Inocentes, su suave voz narrando la actualidad con una notoria sensibilidad propia del artista, convierte la grotesca escena de su taller que tiene su trabajo grafico de fondo a medio desmontar, en una fantasía de exquisita riqueza visual. Hay que ser sensible para descubrir la bondad y sinceridad que se alberga en él.
Martine
Cada mañana se para en el pide cola de la zona donde vive, con el cabello aún escurriendo algunas espesas gotas de acondicionador sin enguaje, se dirige a su lugar de trabajo, el tiempo parece menos del necesario, pero logra montarse en un carro que le proporciona un apropiado aventón hasta El Rosal.
Discute amenamente con el conductor, mientras escuchan las noticias del día, siempre es mejor opción oírlas en la radio que leer la prensa diaria, además esto le da la oportunidad de llegar informada, con aires de oficiosa madrugadora, interesada en el acontecer nacional e internacional.
Su trato es cordial y servicial con sus compañeros de labores, no es que le encante ser la asistente de un diseñador grafico con menos experiencia que ella, pero al aceptar el empleo sentía que era una buena oportunidad, en una agencia que empezaba a crecer.
El trabajar allí, le da la ocasión de vestir libremente, sin restricciones de estilo, lo que aprovecha para lucir su singular guardarropa día a día, sintiéndose como la sensación del lugar.
Un día puede aparecer con oscuras medias pantys a rayas, verdes y negras, sobre las que lleva una diminuta falda de paño, en su torso, un cuello de tortuga negro bajo la camiseta verde perico, con una frase grosera en ingles, bufanda que hace juego con las medias y un grandísimo sobretodo oscuro. Todo esto para resaltar el look londinense que el aire acondicionado de la oficina le obliga a llevar. Además, por ser bastante friolenta, en su puesto siempre hay algún sombrero que pueda proteger después de seco, el liso cabello negro y rosa, bastante chamusqueado por los interminables tintes.
Su rostro tiene un aspecto lavado, digamos que natural, sin embargo invirtió un largo lapso de tiempo de la mañana para dejarlo así, detrás de la naturalidad hay decenas de capas de base, polvo, colorete, sombras, delineadores, rimel, brillos de labios, etc, que complementan el adorno de los piercing que le atraviesan la nariz y la ceja derecha.
Siempre detesto sus grandes orejas, pero desde hace un tiempo a esta parte, tomo la decisión de perforar un huequito dedicándolo a cada uno de los hombres que han pasado entre sus piernas, pareciera que en algún momento no le cabrán más zarcillos, en los ya bastantes adornados lóbulos.
Para almorzar le es complicado encontrar donde hacerlo, un poco cansada de la sazón de aquella señora a quien le encarga su vegetariano almuerzo, sale en búsqueda de algún restaurancito natural, donde consiga a buen precio, su particular y estricta dieta, ella no come cadáveres. Solo grama como le dicen sus compañeros.
Realmente no ha creado amistades con ellos, ella piensa que tienen pocas cosas en común. Los que considera sus amigos se remiten solo, a los excompañeros de las clases de arte o algún vecino de su calle. Sin embargo es una chica bastante popular, cuando sale a algún evento pasa horas saludando y conversando con los asistentes, que se le acercan, hablan de banalidades de moda, cuentos o chismes, nada profundo que realmente le interese.
Siempre va a fiestar en la semana, le gustan las discotecas donde la música electrónica mueve su cuerpo hasta el amanecer, ayudado claro, de algún aditivo especial, nada sano. Procura asistir a algún acogedor predespacho antes de la fiesta, donde pueda animarse sin muchas complicaciones, de preferencia, asiste a ese bar donde saben prepararle lo que le gusta: el rusonegro o el ron tonic, ambos por supuesto con cereza. Se sienta en la mesa desde donde se ve la puerta, enciende un cigarrillo, cruza sus largas piernas y con la mirada oculta tras las grandes gafas oscuras, espera sola el arribo del mesonero, quien después de escasos minutos llega con las bebidas, toma una de ellas y ordena una creppe de jojoto, para proteger el delicado estomago de los posibles embates en una larga noche de excesos. En el baño del bar, toma su tiempo para cambiar la naturalidad de su rostro, a un darktesco negro azulado, que procura hacerle énfasis a sus amielados ojos.
A las fiestas nunca va sola, siempre habrá quien le sirva de guardaespaldas y la proteja hasta de si misma, algún admirador que no sabe aún de sus preferencias sexuales o un buen amigo siempre cómplice y dispuesto a acompañarla.
Contamina su cuerpo hasta que en cierto momento la prudencia se asoma levemente y la hace desparecer del lugar. Ella camina por las oscuras calles de Caracas, ya que prefiere andar sobre sus gigantes plataformas de goma, que intentar montarse en transporte público, a veces, solo a veces le preocupa andar sola al amanecer por esta ciudad, en el regreso a su casa.